Rocío Silva Santisteban
(Lima 1963). Activista, escritora, profesora universitaria y periodista en temas de género, derechos humanos y relaciones entre cultura y poder. PhD en Literatura Hispánica por la Universidad de Boston, es bachiller en Derecho y Ciencia Política y ha realizado un diplomado en Estudios de Género. Ha sido becaria de la Rockefeller Foundation, Clacso y de la Fundación Avina. Ha publicado siete libros de poesía, dos de narrativa y varios libros de ensayos sobre memoria, conflicto armado interno y temas de género y literatura. Actualmente es congresista de la república por la coalición de izquierda Frente Amplio.
Poemas inéditos de Rocío Silva Santisteban Manrique
Containers y espárragos
(Condiciones de trabajo)
Por la ranura horizontal en lo alto
el joven, deshuesado, alcanza a sacar el brazo, delgado
puro músculo y delgado
ese brazo de quien opera diez o doce o catorce
horas diarias y que hace solo tres minutos
rodaba una llanta de camión
por la vereda hasta el río
para usar la cámara de flotador durante el verano
porque en la pobreza eso se llama jugar.
Deshuesado o huesudo pero eternamente
flaco y delgado y casi puro músculo
cuando lo saca por la ranura del container
es un brazo pura chamba/día y noche sin sosiego
ni para salir sino orinar en la botella
y como sea aguantar las ganas de cagar.
Allá a lo lejos las chicas en la línea de operarias
las que limpian espárragos y ordenan paltas
mean paradas en los pañales que el patrón
les entrega por las mañanas, “y sonrían”, insiste
el inversionista desde su cosecha / su capital revolvente
pañales para no perder el tiempo
y comer fuera de horas apenas una inka
cola con chanchay o pan francés.
Hoy no hay suerte porque aquel muchacho
del conteiner enamorado de la operaria agroindustrial
ha gritado y pateado la puerta de su encierro
pero no hay patrón ni llave que puedan sacarlo
o salvarlo, la muerte arrecia en llamaradas
y humo tóxico volviendo negros los oscuros
pensamientos, mi niña, mi bebita, mi calor y
los 18 meses de nacida con la madre adolescente
operaria con pañales en la línea de ensamblaje
mientras él se mira las manos y tira dos o tres
fluorescentes que ya no importa si sirven
porque no gritan ni llaman la atención de los bomberos
luces no son para alumbrar sino para cortar
las venas y rasgarlas y dejar un rastro
de sangre entre las paredes, un grito hinchado
porque no quiere morir como un esclavo
sino cortarse la carótida como los héroes romanos
o griegos con su hybris totalmente
desatada porque, huesuda o musculosa, la mano
y el brazo a través de la ranura
solo gritan una herida por favor un corte
que me lleve lejos de este infierno.
Una metonimia, eso es, ácida, inmensa, tanática
un obrero acepta este o cualquier empleo
para comprar una leche que ni siquiera es leche
sedimentos de polvo claro al fondo de la lata
y por eso la anemia de los 15876 niños y niñas y adolescentes.
Nadie les ha dicho aún que no valen
ni una mísera estadística
tampoco alzar los brazos
aguantarse la orina en la fila
gritar con voz enmohecida, los pezones
agrietados por los 18 meses de lactancia
ay la niña que llora y llora mientras la madre
eternamente pedirá justicia como Raida como Norma
ante las inacabables escaleras del Poder Judicial.
Huesuda y musculosa la mano abrazada al tubo
largo y gélido con su luz oscura
convertida en antorcha unos cuantos segundos
nadie podrá mirar la suave incandescencia
ni siquiera la joven operaria la bebita los bomberos
sudando los dolores y sin escaleras telescópicas
aguantando el incendio mientras mojan las paredes
la noche desnuda y empapada
ametrallada por la codicia, la usura, la avaricia
y la cruel indiferencia de toda una ciudad
de ti de mí y de nuestras vacías letras que no pueden
sino gritar en silencio ante la muerte que repite
ya fue ya fue ya fue ya fue ya fue.
Oronqoy
(zona liberada)
Una de las razones
que esgrimieron
los terroristas para matar a una mujer
fue su silencio:
“estaba triste y pensativa” dijeron
y de un hachazo
la partieron en dos
por un lado, el izquierdo
el corazón y la sangre transparente
al otro las vísceras y entre ellas
el dolor por su guagua de tres meses
asesinada a hachazos cuatro días atrás
triste y pensativa
¿cuántas veces me hubieran matado a mí?
¿cuántas veces a ti, impávida lectora?
Ella murió por nosotras
las tristes
las pensativas.
El olor de la memoria
Huele a muerto.
No es un olor potente
que da náuseas
es solo un filo de ligamento
en el aire
porque es un olor antiguo.
Tiene 20 años este olor.
En algunos lugares tiene hasta 30 años.
Perdura en el interior profundo de la tierra
y cuando el rocío cae
extrae las moléculas que se esparcen
a los cuatro lados
de la rosa de los vientos.
Con el tiempo no da náuseas
solo arranca suspiros
y a veces
lágrimas.
El Sonqo
Yo lo quería al Sonqo.
Lo quería.
Era un perro fuerte
chusco
elegante
con su manto negro
y su apariencia de ovejero
ladraba encapsulando al mundo.
Yo sugerí el nombre:
corazón que palpita
cruzando el río
manso como la lluvia
pero con arterias
de furia.
Yo lo quería al Sonqo
de niña le habría huido
por pánico
a la otredad llena de pelos y babas
pero a esta edad, doblando la vida
el Sonqo me lamió la mano
y yo quedé asida
a ese otro ajeno a mí misma
con más lenguaje y lengua que los humanos.
El Sonqo corría tras los patos
y los gansos
y yo le regalaba huesos
restos
una caricia sobre el manto negro
esperando un ladrido.
No era mío, pero no era de nadie
libérrimo y chusco y manso
humilde entre los humildes
y único.
Yo solo lo quería
como a veces quiero a un humano
acariciando dando pidiendo
y agazapándome.
Yo lo quería al Sonqo.
Ni ahogado ni envenenado
deja de latir en esta memoria
que a veces llora y a veces ríe
en medio de la madrugada.
Yo lo quería al Sonqo
y él me ladraba.
El hombre más pobre del mundo
El hombre más pobre del mundo
…es una mujer
peruana, africana, india,
quizás una mujer campesina
una mujer que fue violada por el primer marido
embarazada una y otra vez
explotada durante el embarazo
olvidada durante la lactancia y el parto
una mujer que cortó el cordón umbilical con sus propios dientes
que a los treinta se quedó sin marido sin caficho sin pelo
y después los hijos uno por uno la olvidaron
a la vera del camino
una mujer que murió y no fue enterrada
cuyo rastro se perdió sobre la arena
una mujer que ni siquiera es un viento
una mujer de quien no queda ni huella
solo un eco
un eco sordo
un resentimiento negro sobre la tierra.