Ricardo Castillo
(Guadalajara – México, 1954) Su primer libro fue publicado en 1976, y más tarde sería publicado por el Fondo de Cultura en la colección Letras mexicanas. Una de las orientaciones de su labor poética, -la exploración oral de los poemas- lo ha llevado a realizar numerosas lecturas de memoria en teatros, bares o festivales de poesía hablada, así como a interactuar con músicos, coreógrafos y bailarines. También esta tendencia ha determinado que dos montajes escénicos se trasladaran a medios audiovisuales. Trabaja en el Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado, entre otros, los libros de poesìa Concierto en vivo en Morelia (1981); Como agua al regresar (1982); Ciempiés tan ciego y Nicolás el camaleón (1989).
Poemas
El poeta del jardín
Hace tiempo se me ocurrió
que tenía la obligación
como poeta consciente de lo que su trabajo debe ser,
poner un escritorio público
cobrando sólo el papel.
La idea no me dejaba dormir,
así que me instalé en el jardín del Santuario.
Sólo he tenido un cliente,
fue un hombre al que ojalá haya auxiliado
a encontrar una solución mejor que el suicidio.
Tímido me dijo de golpe:
«señor poeta, haga un poema de un triste pendejo».
Su amargura me hizo hacer gestos.
Escribí:
«no hay tristes que sean pendejos»
y nos fuimos a emborrachar.
Oda a las ganas
Orinar es la mayor obra de ingeniería
por lo que a drenajes toca.
Además orinar es un placer,
qué decir cuando uno hace “chis, chis”,
en salud del amor y los amigos,
cuando uno se derrama largamente en la garganta del
mundo
para recordarle que somos calientitos, para no desafinar.
Todo esto es importante
ahora que el mundo anda echando reparos,
hipos de intoxicado.
Porque es necesario orinarse, por puro amor a la vida,
en las vajillas de plata,
en los asientos de los coches deportivos,
en las piscinas con luz artificial
que valen, por cierto, 15 o 16 veces más que sus dueños.
Orinar hasta que nos duela la garganta,
hasta las últimas gotitas de sangre.
Orinarse en los que creen que la vida es un vals,
gritarles que viva la Cumbia, señores,
todos a menear la cola
hasta sacudirnos lo misterioso y lo pendejo.
y que viva también el Jarabe Zapateado
porque la realidad está al fondo a la derecha
donde no se puede llegar de frac.
(La tuberculosis nunca se ha quitado con golpes de
pecho)
Yo orino desde el pesebre de la vida,
yo sólo quiero ser el meón más grande de la existencia,
ay mamá por dios, el meón más grande de la existencia.
de El pobrecito señor X (1976)
–
Jueves a las seis de la tarde, desde lo alto del cañon, observo el verdadero nacimiento de la Judea: centenares de jóvenes medio desnudos aparecen como una reunión de duendes, sorprendidos por el amanecer. Se están borrando, lo cual significa que están tratando de de borrar su apariencia humana para tomar la figura diabólica. Han elegido una lengua de piedra rojiza donde el agua se remansa y el doble rito de la purificación y la demonización se realiza con lentitud.
Habiéndose establecido el tiempo sagrado, los demonios deben llevarlo hasta sus últimas consecuencias, no sólo haciendo todos los horrores prohibidos durante el tiempo cotidiano, sino extremando su irracionalidad. A partir del miércoles, los judíos hablan al revés, y este lenguaje del absurdo se ha de mantener hasta el sábado.
Fernando Benítez
Los indios de México
Ando vendiendo valor
Bufón Cora
2
Sueño indócil
recuerdo ceniciento
de la extravagancia de haber nacido
ser borrado
y ver las alas de la urraca sacudir el viento
por el que te has ido.
El viento y el labio del silencio puesto en la pulpa
del hechizo
de ser salvaje, pleno de vacío, eterno, negro.
Ser la sombra, lo que no eres,
negro como lo que nunca ha sido,
ser por dos días lo que nunca será,
sombra que proyecta sombra
y el tambor y la carrera y la danza cora
embriaga la sangre del que no soy
ni es
¿De quién son mis antiguos pies?
¿a quién sabe este sudor
que mis labios beben?
aceptemos que el tiempo es una máscara
de múltiples cabellos
y que estamos en otra parte
donde los muertos olvidan sus amores y sus miedos
donde los muertos se acostumbran a la penumbra
donde el corazón es el espacio entero y el mundo gira
al revés.
de Borrar los Nombres (1992)
[1] Los Cora viven en la Sierra Madre Occidental (México), son el grupo indígena que mayor resistencia opuso a las armas del imperio de la razón española. En la hostilidad de la sierra del estado Nayarit dieron fiera batalla hasta llegar a ser el último territorio indígena sometido por la corona, más de dos siglos después de la caída de Tenochtitlán. Doscientos cincuenta años de sometimiento posterior no han impedido a la resistencia Cora encontrar pausa y modo para vivir su propio tiempo y pensamiento. Al igual que otras etnias, durante la Semana Santa, a través de la representación de la Pasión de Cristo, los guerreros coras perviven, convocan y reviven su historia, magia y religión en un acto de sagrada imaginería, donde la alusión indirecta, el tomarle el pelo a todo (a la razón práctica, al sempiterno sentido de la individualidad), parece ser el eje de ese ojo de tormenta que es la Borrada. Ancianos, hombres y adolescentes se tiznan a la orilla del río para desaparecer y surgir en la piel de un demonio, en un borrado, en un soldado de la Judea Cora. Durante el Jueves Santo y el Viernes de Sangre todos habrán de resistir la disciplina en el vértigo de la carrera y la paciencia dentro del incendio inmóvil: la grave espera del enjuiciamiento de un Cristo niño que morirá en cada punto cardinal. Borrar los nombres es el testimonio de quien se vio, de pronto, en las calles de Jesús María, muy lejos de sí, desnudo y danzando, con los afanes de un corredor ritual.