Pedro Arturo Estrada
(Girardota, Colombia, 1956). Poeta, narrador y ensayista, promotor cultural, coordinador de talleres literarios. En sus textos aborda asuntos como el vacío existencial, la guerra, la muerte, el desamor y la desesperanza. Poemas suyos han sido recogidos parcialmente en diferentes revistas, periódicos y antologías del país y del exterior. Libros publicados: Poemas en blanco y negro (Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1994), Fatum (Colección Autores Antioqueños, Medellín, 2000), Oscura edad y otros poemas (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006), Suma del tiempo (Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2009), Des/historias (Cuadernos Negros Editorial, Armenia, 2012), Poemas de Otra/parte (Cuadernos Negros Editorial, Armenia, 2012), Locus Solus (Sílaba Editores, Medellín, 2013), Monodia (Amazon, NY, 2015), Quién juntó la ceniza (Seshats Editorial, Bogotá, 2020), Canción tardía (Amazon, 2020) y Palabras de vuelta (Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2020). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués, árabe y rumano e incluidos en antologías nacionales y del exterior. Es premio Ciro Mendía (2004) y Casa Silva (2013), entre otros.
Poemas
Del tigre y tu memoria
Al primer fogonazo de la fiebre
el tigre te saltaba del fondo de los párpados
La asfixia de sus zarpas en la noche sin ángel
—sin miradas
Era la sombra que acechaba tras el día turquesa
El rostro atravesado de gestos oblicuos
La risa tarántula de las visitas
Nadie salvaba tus ojos reventados
detrás de las endijas del postigo
cuando pasaba lento
el cortejo del mundo ya sin máscaras
Sin embargo es ahora
Para siempre es ahora cuando no acude nadie
y el tigre del vacío
—es tan real.
(De Poemas en blanco y negro, 1994)
Treno por los muchachos muertos
Para Javier Ángel y Diego Alexánder Estrada, en memoria
Su silencio es herida mortal, oscuro labio
que condena la luz de una ciudad que, como pájaros
los vió pasar y caer sobre sus calles
una noche, una tarde, una mañana cualquiera…
Dónde están hoy sus rostros de estrella medular,
sus ojos de inquietud, su fuego, su deseo insaciable?
…Sus gritos, ¿a qué fondo, a qué altura,
a qué extrema frontera se lanzaron?
La noche los acogió bajo su ala de cuervo
y entre estallidos cósmicos sus voces
melodías eléctricas modula con la mecánica estelar
Pero sólo el asfalto aquí abajo
piedra de sacrificio
sólo el perfil danzante de la nube
en lo alto de la casa, ese rincón donde alguien
que los amó los recuerda
Sólo el libro, la flor que nuevamente se abre
en el pequeño jardín, la música y las fotografías
en el álbum guardadas, son vestigios
de su paso apurado por la tierra
ángeles adolescentes súbitamente desaparecidos
En otras bocas, otros ojos, volverá a moldearse
acaso su milagro, pero quién nos dirá
qué verdad, qué grandeza, qué mundo irrepetible
se ha perdido
se ha ofrendado
—al abismo.
(De Fatum, 2000)
País de silencio
Alguien se atreve a preguntar por el que no ha vuelto
y las sombras le contestan: nada, nadie, ninguno
Alguien deambula husmeando los últimos pasos
los ayes que dejó en el aire, las voces que aún
se cuelan debajo de las puertas. Alguien
bajo las sábanas húmedas de la medianoche
no logra conciliar el sueño, espera hasta la alta
desolación del alba esa noticia, ese ya, ese basta
—Ese grito final que restablezca el curso de los días
y desate la voz sobre el vacío
excavado por años de silencio
—y miedo.
(De Oscura edad, 2006)
La rueda lenta que te muele
Esa quemadura
esa luz que cava y revienta
silenciosa por dentro
Uñas rasgando desde el fondo
como si alguien estuviese asfixiándose en ti
o buscando salir de ti
Tal vez el que eras hasta ayer
quizá el que serás mañana
Entonces es afuera igual la náusea
antes de escalar el vacío
Aferrarse a la rueda lenta que te muele
segundo por segundo
silenciosa, eficaz
Mientras cierras los ojos e inclinas la espalda
ensordecido, perfectamente
aleccionado
—en el terror.
(De Locus solus, 2013)
Antioración
Que la vida me agarre confesado
boca arriba del miedo
aleteando en el azul
Una sola canción
una palabra sola
—dioses desconocidos
cantaré para vosotros
No pido ningún cielo
no ignoro vuestro infierno
Sólo este instante es mío
no lo carguéis de eternidad
Dejadme ir cuando quiera
no me atéis
no pidáis mi fidelidad
—Mi fe última
Esa apenas me alcanza
—para el día.
(De Monodia, 2015)