Pablo Armando Fernandez
Pablo Armando Fernández nació en el Central Delicias, en la antigua provincia de Oriente, el 2 de marzo de 1930.Cursó la primera enseñanza en su pueblo natal y luego se trasladó a los Estados Unidos. Estudió en el Washington Irving High School de New York hasta 1947. También matriculó algunos cursos en la Columbia University de New York. Residió en Estados Unidos entre 1943 y 1959.
Regresó a Cuba en 1959 y desarrolló una intensa vida cultural. Fue subdirector de Lunes de Revolución (1959-1961); secretario de redacción de Casa de las Américas (1961-1962). Desempeñó el cargo de Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en Gran Bretaña (1962-1965) y fue jefe de publicaciones de la comisión cubana de la UNESCO(1966), también trabajó en la imprenta de la Academia de Ciencias(1971-1979). Fue director de la revista UNION, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Ha representado a Cuba en numerosos eventos internacionales, entre ellos: Bienales de Poesía en Bélgica (1963-1965); Encuentro de Poetas de Spoletto (Italia, 1965); Congreso de poetas de Edimburgo(1964 – 1965); Encuentro con Darío( Cuba 1966).
Ejerció como Jurado de importantes premios literarios: el Premio Casa de las Américas de Poesía(1966) y Literatura Caribeña en Lengua Inglesa(1982).En 1992 integró el jurado del prestigioso Premio Cervantes.
Poemas
La Habana
En mi niñez La Habana
era en la radio voces,
que entre estaciones varias,
hacían su itinerario hasta llegar a casa.
A veces toda canto, a veces toda vida
de seres reales o imaginarios
en orbes que nutrían el universo.
Diré que hallé en la radio
la antena con La Habana soñadora.
En el largo camino
desde Delicias hasta Nueva York,
contemplando laureles y leones
me detuve en las sendas
del Paseo del Prado: Zenea y el mar,
el Capitolio, Monte y la CMQ,
el parque fraternal., todo soñado,
tal vez visto en revistas.
Esa noche, antes de irme al hotel
Isla de Cuba, ensimismado, escuché
las voces ancestrales de las Anacaonas
que en cantos celebraban
a la India y su fuente con delfines,
desobedientes a la afección que
Ballagas les mostrara, aún lloran sin consuelo
sobre la taza gris de piedra vieja.
En la mañana, antes de dar el salto
entre Rancho Boyeros y Miami,
Temprano me adentré en las calles y plazas
a contemplar sus casas y sus aceras.
Allí están la mirada, los pasos, el aliento
de quienes animaron la ciudad
en los siglos pasados.
Entonces, las estaciones dejaron
de ser voces radiales, de una a otra estación
llegaba a Nueva York desde Miami.
Allá entre torres y ríos recuperé
con la poesía que me acompañaba
las voces en sintonía con mi ser
y regresé a La Habana.
Esas voces dieron a mi existir
un cuerpo que es instrumento, herramienta,
un arma a veces, para darle vida
a lo que en mí es memoria.
Diré que esa memoria es la poesía que
otras voces en mí, encarnan en el verso
desde Heredia, Varela, Saco, Villaverde y Martí,
que han unido a La Habana y Nueva York
en abrazos que hermanan nuestras islas.
Ya La Habana era hogar a mi regreso.
En sus calles y plazas la poesía
que anima la mirada para asentar los pasos
de quienes las recorren, traza los signos
que perpetúan con amor la historia.
Aquí están mis precursores todos.
Que me imponen hacer de Abel progenia.
DE LUMBRE RESPLANDORES
Del cuerpo de esa lumbre
que esparció por la tierra sus legiones,
somos aún dispersos resplandores que en haz
han de dar cumplimiento a viva llama:
semilla, espiga, grano
son a este plano cuanto enaltece
y encumbra en alto vuelo.
Todo a esta vida sois, su palabra, su música,
pan y vino en los que flor y sol cantan y aroman
y todo esto y mucho más, caminos.
¡Oh, dioses, mostacillas azules, girasoles,
el pavo real y el lirio de las aguas,
asistidles, de modo que la lumbre
no falte a nuestros días y a la memoria
que es de la luz perenne resplandores!