Octavio Paz: una violencia del lenguaje
por Rafael Courtoisie
Construir un mundo expresivo excede los límites de lo verbal. La construcción de un mundo expresivo, no de un mundo que muestre “el mundo en tanto realidad tangible”, tangible al menos en términos positivistas, no de un mundo mimético sino de una alteridad que se sume a la realidad y a la vez muestre de la realidad sus aspectos insospechados, no evidentes, no crasos, no es tarea de un día ni tarea de un género literario.
Pero puede ser, sí, tarea de un hombre.
Una violencia de Paz
La poesía es la violencia del lenguaje en la medida que lleva el lenguaje -patrimonio social, colectivo- a sus límites, y los rebasa para expresar lo aparentemente –en términos de “uso” de la lengua, de uso denotativo, referencial- inexpresable.
He aquí un oxímoron: “decir lo inefable”.
Otro oxímoron: “una violencia llamada Paz”.
Una violencia verbal, expresiva, íntegramente humana, llamada Paz, se pone a pensar y a decir el mundo, a pensar diciéndolo (el pensamiento se hace en la boca, según Tristan Tzara). Entonces desaparece una concepción taxonómica de los géneros y aparece lo ensayístico como género verbal que emplea la palabra reflexiva para explorar y decir y crear la realidad, lo poético en la concepción implícita en su étimo –poiesis– (precisamente uno entre muchos títulos es una clave, una llave: “La estación violenta”), y hasta ciertos elementos del referir y del contar. Todo eso “funda” en Paz una “narrativa” (en el sentido más amplio del término, no en el de manual del siglo pasado), un instrumental reflexivo y en estado deliberante que, a su vez, provoca; todo eso desarrolla un proyecto donde es imprescindible integrar las diversas partes: desde la traducción como experimento semiótico por excelencia (“Versiones y diversiones”), pasando por lo ensayístico que deja de lado la referencialidad académica y toma mucho de lo que estaba reservado al hacer poético (“Los hijos del limo”) hasta la confluencia intergénerica que hace coincidir diversidades, entre ellas el gesto narrativo y el texto en prosa de clasificación difícil para los profesores de mente rígida (“¿Águila o sol?”).
La razón poética
Pero la lista es incompleta: la comprensión verbal de lo icónico, fotográfico, pictórico; la exploración de lo social, de lo político; la textualidad desplegada como meditación abierta en torno a las mentalidades.
Una violencia llamada Paz dice el mundo y lo desdice.
Un Paz, un corpus textual riquísimo, que también se contradice y hasta en esa contradicción, en su signo heterodoxo, muestra una colosal vigencia.
Si el siglo XX fue el siglo donde se alcanzó la cúspide de ciertos sistemas de pensamiento cuyo origen coincide con el origen de la era denominada “modernidad” (tres siglos atrás, aproximadamente), también fue el punto cronológico donde hizo eclosión la razón, sus sueños y sus monstruos: por un lado, una razón científica que comenzó paradójicamente a resquebrajar la razón de un mundo concebido en el modelo newtoniano, previsible, el mundo en que la explicación se relacionaba con la metáfora de la máquina. A la vez, una razón maquinista implicaba una concepción positivista y una mirada donde el sujeto que conoce resulta exterior a lo conocido.
Por otro lado, el resquebrajamiento de ese modelo maquinista y de esa razón que conoce y reflexiona acerca del objeto desde el “afuera” resulta una utopía, un no lugar: no existe tal “afuera” donde situar al sujeto que conoce, a salvo de su calidad de elemento del sistema, de parte del todo que interacciona, que intercambia con el objeto conocido.
Octavio paz, en su evolución reflexiva, textual, parece desde el inicio plantear la duda sobre esta razón newtoniana y dejar establecidos los andariveles por donde puede transitar y ejercerse una “razón poética”, una razón otra que comprende desde el ejercicio creador del lenguaje la inmensidad del mundo.
Un centenario azaroso
La música del azar y la música de la causalidad dejan espacio y oído para una “tercera excluida” melodía (por excluida -en términos de “principios ontológicos” o sus derivados y clásicos “principios lógicos”- no menos armónica y reveladora): la música de la sincronicidad, en el sentido que a la palabra sincronicidad dio Carl Jung.
Es en la poesía y en el ensayo paciano donde se advierte la intuición del prodigio: la sincronicidad y la cadena de causalidades, unidas, sumadas o solidarias, como se quiera, permiten aprehender historia y presente, posible futuro, como un todo de algún modo “simultáneo”.
La duda de Octavio Paz no es una “duda cartesiana”, piedra angular sobre la que se construyó un todo, un edificio de pensamiento. Paz plantea una duda poética que es el pivote y a la vez el motor, el productor de movimiento y de aplicación de la “razón poética”.
Por eso la diferenciación entre poesía y ensayo, en términos de género, en términos de taxonomía, no resulta una diferenciación útil a la hora de revisitar la obra paciana: para comprobar la vigencia de su poesía (en términos de género) es en extremo conveniente realizar una lectura contextualizada considerando las relaciones evidentes y las no evidentes con el corpus ensayístico de Octavio Paz.
Y para esto no es necesario, a cien años del nacimiento del premio Nobel mexicano, plantear un “programa” determinado.
Más bien conviene dejar actuar, dejar como una posibilidad de comprensión, como un envolvente propicio, esa “música del azar”.
El corpus textual paciano no posee una linealidad racionalista. Esa falta de linealidad ofrece una múltiple entrada: puede accederse a la poesía de Paz a través de sus poemas y de sus ensayos, en forma simultánea o alternada, dejando que el azar sea el nombre de la sincronicidad junguiana que develará la interacción e interrelación entre los textos.
La razón poética comparece en todos los textos de Paz, y es esa razón poética la que lo aparta del ejercicio reflexivo y ordenado típicamente académico. Es esa “razón otra” la que permite entender que el azar de un centenario, arbitrario como todos los cumpleaños, será revelador y causal en la medida en que se accede a su estudio, a su lectura, en sintonía con un presente donde es el lector quien colabora interpretativamente y emocionalmente con las propuestas del texto.
Los hijos del limo
De todos modos, es menester establecer no ciertas prioridades sino ciertos hitos textuales ineludibles. Uno de ellos es Los hijos del limo, libro capital que surge de la composición de las seis conferencias o clases magistrales que Octavio Paz concretó para las Charles Eliot Norton Lectures, de la Universidad de Harvard.
De ese magma expositivo, didáctico, de esa síntesis preparada para el diálogo y la relación en el aula, surge la materia prima para ese volumen que ahora nos llega como un todo inteligible, reflexivo, ensayístico, pero no por eso menos poético.
Y algunas de esas claves aparecen ya en las primeras líneas del libro, y su lectura ahora mostrará la patente vigencia de su materia de pensamiento, de sus preguntas.
Plantea Octavio paz en el “Prefacio”:
En un libro publicado hace más de quince años, El arco y la lira (México, 1956), intenté responder a tres preguntas sobre la poesía: el decir poético, el poema ¿es irreductible a todo otro decir? ¿Qué dicen los poemas? ¿Cómo se comunican los poemas? La materia de este libro es una prolongación de la respuesta que intenté dar a la tercera pregunta. Un poema es un objeto hecho del lenguaje, los ritmos, las creencias y las obsesiones de este o aquel poeta y de esta o aquella sociedad. Es el producto de una historia y de una sociedad, pero su manera de ser histórico es contradictoria. El poema es una máquina que produce, incluso sin que el poeta se lo proponga, antihistoria. La operación poética consiste en una inversión y conversión del fluir temporal; el poema no detiene el tiempo: lo contradice y lo transfigura. Lo mismo en un soneto barroco que en una epopeya popular o en una fábula, el tiempo pasa de otra manera que en la historia o en lo que llamamos vida real. La contradicción entre historia y poesía pertenece a todas las sociedades pero sólo en la edad moderna se manifiesta de una manera explícita. El sentimiento y la conciencia de la discordia entre sociedad y poesía se ha convertido, desde el romanticismo, en el tema central, muchas veces secreto, de nuestra poesía. En este libro he procurado describir, desde la perspectiva de un poeta hispanoamericano, el movimiento poético moderno y sus relaciones contradictorias con lo que llamamos «modernidad».
La ligazón con “El arco y la lira” y la posterior puesta en escena del factor “tiempo”, la diferenciación entre un posible “tiempo histórico” y un “tiempo poético” inicializan y dan la pauta de que a través de la comprensión ensayística estará dada también la función poética. El propio Paz ensayista, a través de su propuesta reflexiva, construye significado, pone a disposición del lector un artefacto textual que hace visible la “historia” pero a la vez hace patente la “antihistoria”, esa operación textual y aparentemente mágica de la poesía.
Lo que el lector de hoy deberá reunir a partir de la lectura es no la sensación sino la firme sospecha de una “superación” esquiva y extraña de eso que se llamó “modernidad”. Un “más allá de la modernidad” que tal vez se ilumine en este momento – también- con la mirada de Zigmunt Bauman y su “modernidad líquida”.
Tal vez la poesía de hoy sea, a su vez, una baumaniana “poesía líquida” que no se encuentra solamente en libros sino que está dispersa en un continente ubicuo, sutil y craso a la vez, en blogs, portales informáticos, en la “nube” de la web, en las redes a la vez llenas y vacías, en su “líquido” devenido en vapor de agua o aire cargado, en ocasiones irrespirable, de la virtualidad informática.
Una poesía agonista y protagonista. Una poesía sepultada para siempre e insepulta, resurrecta, rebelde, rescatada de los edificios construidos encima del limo, inestables.
La destrucción y la construcción de la identidad a través de la poesía
Si Fernando Pessoa es la destrucción del yo monádico, del estrato racional y único de la identidad en diversos fragmentos opuestos, simultáneos, solapados; Octavio paz, en ciertas propuestas, supone la búsqueda de la unicidad, de una identidad profunda más allá del “ego” occidental y del “yo” en términos de la pre modernidad y aun en términos freudianos.
La poesía, en Paz, construye y liga al hombre con el mundo. La poesía construye esa humanidad, esa condición colectiva e individual en juego irresoluble pero claro, en movimiento misterioso y oscilante.
Es como si la poesía realizara un movimiento de deconstrucción y otro de cohesión para dar con una suerte de “yo” dialéctico, móvil, cambiante, un “yo” en el tiempo, un ser para la nada ungido de una eternidad lingüística, interpersonal, conferida por el texto poético.
En el poema titulado precisamente La poesía (el mexicano tiene varios titulados así, diferenciados por números, pero que pueden percibirse como una totalidad), dice Paz:
“Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.
El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
(…)
Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.
(…)
Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.
(…)
Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.”
Hay una elemental construcción oximorónica junto a un delineamiento de la pregunta por el ser que no puede tildarse con ligereza de “ejercicio metafísico” sino de una física nueva, omnicomprensiva. Ambas interrogan sujeto y objeto en todas sus dimensiones, materiales o no, interpelan el movimiento, la energía, como una instancia más reveladora que la “cosa”, que el “objeto”.
La poesía, como una violencia necesaria del lenguaje, construye su referente, lo vela y lo desvela.