Neftalí Eugenia Castillo
(República Dominicana, 1979). Poeta, sacerdote jesuita y comunicador dominicano. Poemas suyos están incluidos en la antología Ríos paralelos: 7 poetas latinoamericanos contemporáneos y en la antología El rayo que no cesa (2013). Autor del poemario Aunque se nublen tus ojos, antología personal que fue publicada en 2017. Colaborador de la revista de poesía Ulrika y de las Jornadas Universitarias de Poesía Ciudad de Bogotá. Cofundador de la tertulia literaria “Una poesía para Dios”, en República Dominicana. Invitado al FIPB y a diversos Festivales internacionales de poesía. Actualmente es profesor de Literatura Universal en el Instituto de Estudios Superiores Bonó, Santo Domingo.
POEMAS DE NEFTALÍ EUGENIA CASTILLO
Dios ha muerto
Dios ha muerto.
Friedrich Nietzsche
Tiene razón, viejo Nietzsche,
ha muerto el dios lejano
para quedarse con Nosotros.
Ha muerto el dios altísimo
para convertirse
en el Dios de los de Abajo.
Ha muerto el dios innombrable
para poder ser el “Abba”
de Todos los Nombres.
Ha muerto el dios pasivo
para ser Revolución.
Ha muerto el dios
de las viejas catedrales
para habitar en las calles.
Ha muerto el dios implacable
con la sexualidad
para convertirse en el Progenitor
de todos los amores.
Tiene razón, viejo Nietzsche,
ha muerto de vejez el dios
de la vieja Europa,
y con tambores y danzas,
hemos asistido a su cristiana
sepultura.
Dios ha muerto en el cielo
para resucitar en nosotros,
aquí en la tierra… donde sea,
o allá en el cielo.
Variaciones
Si la luna es ciega y la lluvia fría
si el mundo es chueco y la muerte insiste
si el mar es turbio y en la tierra hay hambre
si los pájaros mueren en la boca del nido
si el amor es necio y el desamor tormenta
si el perfume es agua y la flor se asfixia.
Entonces…
¿Dónde se esconde el semen de la belleza?
¿Cómo es posible que germine la vida
como una garza de luz en un pantano?
¿Por qué miran tus ojos con ese mirar de perenne cielo?
Y esos labios incandescentes por el meridiano sol de los deseos!
Y tus manos que parecen pan pardo
hecho por los dioses en el horno de nadie
Y esa libertad que deja el estar contigo
y esa nostalgia que dejas cuando te escapas
y ese cautiverio de ser sin ti.
Y ver como se derrama la vida en tus cabellos
y atrapar el beso que nace de tu cuello largo
como un lirio.
He aquí la condición de quien espera
en el místico silencio del recuerdo
el mismo cuerpo feroz y desnudo
paseándose como Eva
para volver a realizar la osadía bendita
del pecado.
Bayahonda
Centinela gorda
con tus brazos en alto
vigilabas silenciosa
la entrada de la casa pobre.
Tú eras el mapa,
la torre,
la mujer desnuda.
Los pájaros
retozaban con tus senos
y la luna se echaba
en tus cabellos.
Catedral
de los que no iban a misa,
confesora discreta
de los que fornicaban
bajo tu amparo.
Pero una noche
llegaron las víboras
sedientas de tierra,
destruyeron la casa
y mordieron tus raíces.
Ernesto
Mi padre fue un progenitor exitoso
Acogió sin mesura el mandato divino:
«creced y multiplicaos».
No tuvo fortuna alguna
ni carro,
ni finca,
ni ganado.
No codició los bienes de nadie
y pese a su vocación de Don Juan
nunca conquistó la mujer del prójimo
(aunque tal vez la deseó).
Mi padre sólo tuvo una gran descendencia
una prole que rodaba por toda la geografía
de un pedazo de isla.
Yo tengo tantos hermanos
que no los puedo contar.
Sonaba esa canción en la radio
como un fragmento de mi autobiografía.
Tengo tantos hermanos que no conozco
hijos de mi padre
hermanos de mis hermanos
pero yo no los conozco.
Mi padre sólo tuvo una gran descendencia
y una inmensa nada que siempre le embargó.
Cantaba borracho por las calles
con los ojos húmedos como un caballo
y me llamaba
y me llamaba
y me llamaba
y mi nombre repetido en el rotundo silencio de la madrugada
sonaba a música sin pentagrama.
Yo tenía ocho años y dormía con mi madre
abandonaba la cama de un salto y salía a su encuentro
porque en su estado dionisiaco
yo siempre era su hijo predilecto.
A su partida
Me dejó el Eugenia de mi abuela
«no te dejo más que mi apellido»
decía
y tampoco era su apellido
sino el de mi abuela.
Nada de nada me dejó mi padre
porque un bohemio no tiene nada
y sin embargo llevo su rostro
su sangre en mi sangre
y el rastro de sus andanzas
como un aguijón en mis zapatos.
Horizonte de azul claro
No te vayas,
Rafael.
¿No ves el atardecer?
El horizonte se tiñe de naranja encendida
y se abren paso las estrellas preñadas de luz.
Alguien ha convertido el agua en vino
y nos ha invitado a la fiesta.
Ya el dulce de la esperanza
está cuajando para ti.
Tiene listo el invierno su equipaje,
se escucha un enjambre de mariposas
que viene a posarse en tus hombros.
¡Amanece de nuevo en los territorios del alma!
Apenas empieza la llovizna
y la tierra huele a frutas.
Te espera un camino inédito,
porque así lo dijo el poeta:
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen Dios.