Marisol Bohórquez Godoy
Santa María, Huila, Colombia, 1982. Desde el 2016 vive en Estados Unidos. Es poeta y traductora literaria. Magíster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía: La soledad de los espejos (2016), Effetto Farfalla-Efecto mariposa (2017) y La forma del vuoto-La forma del vacío (2019). En el 2020, fue la ganadora del concurso «Fiori di luce» en Italia y obtuvo el segundo lugar en el Premio Internacional de Literatura «Europa In Versi» convocado en ese mismo país.
Como traductora, ha realizado importantes traducciones de poetas angloparlantes e italianos, incluyendo obras como La misura dello zero del poeta italiano Bruno Galluccio y Elogio dell’indeterminazione de Gianni Darconza, entre otros. Una de sus contribuciones más destacadas es la antología Cuaderno de traducción. Veinte voces de la poesía italiana contemporánea (1949-2001), publicada en Colombia por la colección Anverso en 2021, que recopila parte de su labor como traductora.
Poemas de Marisol Bohórquez Godoy
Cicatrices I
Observo los muros
donde alguna vez la luz
me pareció otra vida.
Pensaba en las habitaciones subterráneas,
en el miedo que me daban las sombras,
los días que caían sobre nuestras cabezas
con su aterrador estruendo,
y el hambre insaciable de sus muertos.
Afuera, el sol tendría el color de las naranjas
y el tibio resplandor de los ojos de mi madre.
Lo ignoraba en aquel tiempo
donde la imaginación se convertía a diario
en la única forma de disfrutar el mundo.
Cicatrices II
Madre,
¿recuerdas las velas encendidas,
la parafina chorreando en mis cuadernos?
Yo recuerdo su lumbre,
mis dedos jugando a penetrar la luz,
queriendo desafiar su calor.
Ahora mis dedos
son como una de esas pálidas velas,
chorrean sobre la hoja en blanco,
se consumen
intentando iluminar la casa,
la vieja casa
donde se quedaron
nuestros sueños
anclados a cada agujero
que las balas dejaron en la pared.
La niña que he olvidado me observa
y espera atravesar la llama sin quemarse.
Lluvia amarilla
A esta hora me llega el recuerdo
de los álamos y su danza amarilla,
hay rituales que el olvido no logra diluir.
¿Te has tumbado sobre un árbol caído
para contar las pecas de cada hoja,
para sonreír en su ternura?
¿Has visto cómo todo calla para escuchar el viento
y su respiración?
Yo he tejido una red de abismos en mis ojos.
Sigo intentando saltar,
mientras continúo preparando el desayuno
y me refugio en la aburrida complacencia
de quien ha esperado siempre algo de mí.
Vuelvo a los álamos y a su aroma.
Y es verdad. Seguiremos ignorando que están ahí,
aunque sean más grandes que nosotros.
Si pudiéramos al menos recuperar nuestra propia altura,
alzar la cabeza sin remordimientos
y volver al origen donde todos fuimos estrellas y agujeros negros.
¿Ves? No somos la nada,
pero tampoco hemos brillado desde siempre.
Y sin embargo, sigo aquí tendida en el lomo de este árbol
que soporta mi peso,
que no se queja de mis huesos cansados
y me permite ver que la lluvia es diagonal.
Porque es cierto, los árboles llueven en otra dirección,
y las hojas que ves en tu ventana
superan la densidad del cristal.
Congelados
Oye, hermano, no tardes en salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá.
César Vallejo
A los 18 dejé de creer
que todos los juegos de infancia
tienen desenlaces felices.
Un 24 de agosto en la mañana
se te ocurrió invitarme a jugar de nuevo
congelados, aquel juego
que de niños solíamos disfrutar quedándonos
por turnos inmóviles, esperando
ser tocados por la mano del otro.
Esta vez era yo quien debía correr
para descongelarte.
No supe dónde te escondiste.
El viento me arrastró con violencia,
me empujó hacia un lugar oscuro
donde caían hojas marchitas
que se confundían con la palidez de tu rostro.
Y entonces, aparecieron frente a mí tus ojos
como dos cristales vacíos detenidos en el tiempo.
La muerte había vertido el veneno en tus labios
y yo quería pensar que sólo jugabas,
que estabas molesto porque tardé en llegar.
Me acerqué a ti,
extendí mi mano cálida sobre tu pecho,
una y otra vez,
una y otra vez,
u-n-a y o-t-r-a v-e-z…
Tan solo vi una sombra desvanecerse en la distancia,
un silencio de sepulcro enredándose sobre mi piel
como hiedra entre los muros,
y recordé que en ocasiones lloré
porque no regresabas pronto para descongelarme.
Aparecías de repente con tu mirada serena y exclamabas:
¡Qué tonta eres, hermana! Es solo un juego.
Si yo no regreso, sólo corre a buscarme,
estaré del otro lado de la talanquera
esperando por ti muerto de risa.
Con tendencia a infinito
Pregúntale a los hombres de ciencia por esto
que crece sin medida.
¿Pueden acaso encontrar la exacta respuesta
al límite de este 1 que eres tú
sobre esta x, figura indefinida que soy yo
con tendencia a infinito?
Mis alas se expanden en un vuelo tan alto.
Se precipitan a veces hacia el punto cero;
—abismo matemático donde
todo cuanto pretende ser multiplicado
se reduce a la nada.
Allí, tan cerca de ser anuladas, se elevan
como frágil burbuja que encuentra salvación
en un beso del viento,
y sin más salida que este indeterminado número
de probabilidades donde espero tocarte en algún punto,
emprendo de nuevo este viaje
—curva de amor que has trazado
en el plano cartesiano de tus sueños.
De las cosas que amo
Amo la determinación de la lluvia
que cae con violencia,
perforando el silencio de las piedras.
El sacrificio del río
que entrega su dulzura en los brazos del mar.
Amo la mano que empuña la pluma
para traducir la escritura del enemigo,
y la irreversible amnesia del espejo
porque su reflejo siempre me desconoce.
Pero sobre todo diría
que amo la valentía de unos ojos
que no saben callar el amor,
condenado a una existencia secreta.
A la poesía
¿De dónde vienes?
que tu piel le abre fisuras al viento,
para hacernos respirar tu aire.
¿De dónde? te insisto,
si eres poesía y en mis dedos te vuelves poema.
Yo que soy sobreviviente de todos los vicios humanos,
me siento condenada en tus ojos:
fuego que mengua el colorido de cada primavera
para imponer su verdor.
En ti,
las cosas que no pueden nombrarse tienen alma de verso.
Quien no se arriesga ante el abismo,
jamás sabrá si existe eternidad.
Matrioska
Abre mi corazón en dos
descubre que soy yo misma
Hurga en el vacío
y al final de cada división sólo verás mi rostro
Mi vientre es leña seca
pero en el abismo
sigue buscando
escarba hasta lo más profundo de mí
Allí los mismos ojos
la misma sonrisa
más pequeña y más fuerte
esa última pieza
que ya no podrá abrirse más
Une todos mis fragmentos
y oculta la mejor parte
al final de todas las posibilidades
Aguardaré tu retorno:
la sed de infinito
volverá a tus manos
Hundimiento
Cuando todas las fronteras
caigan por dentro y nos aplasten,
cuando sólo queden escombros
de lo que solíamos ser —o mejor dicho—
de lo que solíamos creer,
iré a buscar tus cabellos
en el color del último invierno
y tus labios en el ardiente vino
de mis alucinaciones.
Deja entonces tus heridas sepultadas,
sacúdete la ruina de los años,
lloremos hasta que el cielo quede sordo
o estallen sus pupilas,
y sin más testigos,
únete para siempre a mis fragmentos
antes que el viento arrastre
lo poco que nos queda.
Estación
Serás lo eterno
las manos transparentes de la lluvia
del tiempo, sus tinieblas
desierto en las palabras
La primavera comienza en la luz
y las flores se mutilan
como los sueños