Lucía Estrada
(Medellín – Colombia, 1980)
Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Maiastra, Las Hijas del Espino, El Ojo de Circe (Antología), La Noche en el Espejo, Cuaderno del Ángel, Continuidad del jardín (Selección personal) y Katábasis. Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005), y la Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008 con Cuaderno del ángel. En 2009 y 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con sus libros La noche en el espejo (2010) y Katábasis (2018) respectivamente. Textos suyos han aparecido también en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. Así mismo sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, japonés, sueco, portugués, italiano y alemán. Invitada a diversos encuentros literarios en el país y en el exterior entre los que pueden destacarse el Festival de Poesía de Berlín (Alemania); VIII y XVI Festival Internacional de Poesía de Medellín; Encuentro de Poetas del Mundo Latino (México); Feria del Libro de Santiago de Chile; IV Festival Internacional de Poesía Eskéletra (Ecuador); III Festival de Poesía de El Salvador; Festival Internacional de Poesía de Costa Rica; Feria Internacional del Libro de Quito (Ecuador); Festival Internacional de Poesía de Caracas (Venezuela, 2013); Salón del Libro de París (Francia, 2014); Feria Internacional del Libro de Lima (Perú, 2018), Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Próximamente la Editorial Eulalia Books (Estados Unidos) publicará una edición bilingüe de Katábasis en traducción de Olivia Lott.
Poemas
Medusas
Te mueves en un mar perplejo. Tus ojos desechan antiguas claridades en las que un árbol era un árbol, y la ardiente sal un motivo para ir por el mundo.
Como los restos de un barco, te dejas abrazar por el oleaje. Tienes piedad de ti, y de aquello que dejaste en la orilla.
Abiertas medusas te rodean. Es verdad que todo tiende sus redes hacia ti en este instante. Quieres volver porque tienes miedo, pero ya es imposible. El secreto debe ser devorado completamente. Vuelves, sin embargo, dentro de ti, reconoces como cierto el rojo impulso que te lanzó al mar.
Tiendes los brazos, cuerpo líquido al que ningún golpe puede hacer daño. Estás ahí, resistiendo, siempre en tu dirección. Respiras más allá de ti, más allá de nosotros. Haces que la carrera sea más larga. Te sigo de cerca sin saber, sintiendo cómo los días se desintegran, cómo el error va ganando altura y se arroja indiferente al vacío.
La piedra que sostuvo tus pies por un momento se hizo polvo antes de que pudieras arrepentirte. Para entonces todo estuvo de acuerdo; la luz, la línea exacta de la noche.
Cada vez más dócil al remolino, cada vez más dueña de la libertad de perderte, expuesta. ¿Qué harás para llamarte en medio del fragor si en el horizonte azul se pierden también las palabras?
Deja que la corriente diluya entre nosotros este tiempo sin orillas.
Regreso a Ítaca
Impronunciables la luz, el agua que corre y la piedra que silenciosa la recibe. Impronunciable todo aquello que visto tras el humo permanece.
Sabes que habrá otro día, otra noche, un tiempo detenido en cada línea de tu mano. Ahí están las palabras puestas una detrás de otra, inservibles, ocultas en su condición de niebla.
Algo en la sangre encuentra su abismo, la estrella que no alcanza mi voz.
Algo en la sangre se resiste, y es oscuro y hondo.
Amarrados al mástil, sordos a la lógica del fracaso, nos dejamos tentar una vez más en contra del viento, laberinto de aguas revueltas, ciego resplandor que se abre y no termina.
Imprecación
Saber con certeza lo que esconde el juego del prestidigitador, y continuar con los ojos vendados, eligiendo las cartas que ya conoces, vueltas siempre al revés, oscuras y desdeñosas. ¿Acaso no era este tu tiempo en el jardín? ¿No tendrías que haber cabalgado hacia la noche, abrir el pozo de las palabras, reunir la fuerza suficiente para escapar del sombrero de copa y resistir la tentación de los espejos? ¿Acaso no eras tú quien desertó una vez del paraíso?
Arriba los astros siguen su curso, indiferentes. No hablarán esta vez. Te han dado trampas en lugar de oídos.
Trazos
Hay una línea, entre todas las que elegiste, en la que empiezo a desaparecer. Y como el viento que mueve sin descanso las ramas de los árboles, vuelvo del fin a mi nacimiento. Basta un sólo gesto de tu mano en el vacío para poner en marcha esta nueva perplejidad de horas, de minutos, de sombras que se consumen… Camino alrededor de mí misma. Nada que interponga un límite, pero bien sé que cada paso lo guarda el invierno. Si enciendo una llama es para no perderme; si ante la luz cierro los ojos es para que viva en secreto tras los párpados. Cada cosa que haya existido, volverá a abrirse paso entre la hierba. Pero no sin riesgo. Aquí y allá todo cruje. El corazón siempre estará a la altura de su muerte. Cruzará para ella el aire, el agua, la herrumbre… La tinta negra de un mar negro va de tus manos a mis manos, aprieta el anzuelo, escupe palabras incomprensibles.
Pero he aquí que empiezo a desaparecer. La oscura línea continúa su curso. Tres vueltas de llave, y el cuerpo sentirá sus fantasmas, su sangre espesa, su absurda forma interior…
Aire, sangre, formas… palabras que agotan su estrella, círculos protectores que recuerdan cruelmente el tiempo de los sacrificios a un dios tan impalpable como el deseo de volver.
Piedra, arena, abismo. El silencio que sigue a todo estallido, a todo grito de guerra, a toda tempestad, se confunde con el mío, precario y blanco. Pero, ¿quién dice que estoy en el mundo? ¿Quién dice que este día es sólo un día y no me pertenece?
(Del libro Katábasis, Premio de Poesía Ciudad de Bogotá 2017)