Julio Luis Gómez
(Santa Fe, Argentina, 1949). Ha publicado, en poesía, El tiempo iluminado (ediciones Colmegna, Santa Fe, 1977, Premio Anual de la Asociación Santafesina de Escritores), Que la nostalgia habite la esperanza (ediciones Colmegna, Santa Fe, 1985), Soñada derrota de la pena (ediciones de la Cortada, Santa Fe, 1995, mención especial en el Premio Provincial de Santa Fe «José Pedroni»), Razón de mí (prólogo de Adriana Cristina Crolla, ediciones de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2006), Reinos sin olvido (prólogo de Antonio Requeni, coedición de la Universidad Nacional del Litoral y de Palabrava, Santa Fe, 2013), En la memoria vivos (Vinciguerra, colección Textos Elegidos, Buenos Aires, 2018) y Una vida a contramuerte (prólogo de Rafael Felipe Oteriño, Vinciguerra, colección Metáfora, Buenos Aires, 2021). Su poesía ha sido incluida en Alba de América, revista del Instituto Literario Cultural Hispanoamericano (ILCH), Ceremonias de la luz, publicación del Centro de Estudios Poéticos Aletheia (selección de poemas y compilación de Graciela Maturo, Amalia Mercedes Abaria y Susana Lamaison, La Luna Que, 2017), en el Tomo I –parte vigésimocuarta– de la Fundación Argentina para la Poesía (Buenos Aires, 2018), Revista Trimestal de Poesía Katana en su número 4 y traducida al griego en la revista Erato. Ha sido jefe de la Página Literaria del diario El Litoral de Santa Fe y es, actualmente, integrante de la Asociación Santafesina de Escritores y miembro de honor de la Fundación Argentina para la Poesía.
Poemas de Julio Luis Gómez
Continuidad de los mares
a mi madre, quieta en un cementerio de llanura
Mienten los que dicen
que una pared te guarda para siempre
indiferente al sol
y a los inviernos que temías.
Miran el mar tus ojos en los míos
y es otra vez verano en esta orilla.
Las olas te pronuncian
y repiten los hijos el asombro
cuando me abrí al mundo
de tu mano.
En San José
Tan hombre él
y yo tan niña
me llevó a su palacio
casi sin proponérmelo.
Fui reina en sus salones.
«Sultana» me llamaban sus amigos.
Conocí los secretos de su noche.
Después se iba a sus campos,
sus batallas.
Ya sé que tuvo otras.
Pero volvía siempre.
Allí estaba mi vientre perdonándolo
en cada hijo nuevo.
A dos me los llevaron de este mundo
el mismo día en que él cayó sobre su sangre.
No sé cómo he podido llegar hasta estos años.
Será porque en las tardes,
cuando se apaga el sol en las ventanas
oigo sus pasos firmes
y suelto mi cabello como entonces
para que lo acaricien esas manos
que nunca me dejaron,
ni en la muerte.
Llegada tarde
a Juan Manuel Inchauspe,
porque le gustaba este poema.
Prohibido demorarse con tus manos.
Prohibido demorarse con tus ojos.
Prohibido sospechar que en las arenas
las divinas señales ha borrado
un reloj que no cesa
de agravar el minuto necesario.
Prohibido demorarme con tus ojos.
Prohibido demorarme con la vida.
Ardidas bocas
Miras dormir mi cuerpo en madrugada
ya por el tiempo herido y te preguntas
en dónde aquella noche en la que juntas
nuestras ardidas bocas, derramada
su indomable pasión, eternas fueron.
Secretamente dices a mi oído
las encendidas voces que supieron
tu corazón y el mío. Enardecido
vuelvo entonces camino de tu gozo,
mis años en tus brazos, derrotados
por tu esplendor de reina victorioso.
Y en el desnudo amor con que me invitas,
encanto de sus días regresados,
mi juventud en gloria resucitas.
Sin ocaso
Iglesia La Salette,
Santa Fe
Alza bajo la estrella vespertina
sus raudas piedras hacia el cielo claro.
Pronto vendrá la noche. Y al amparo
de su segura sombra que ilumina
irá mi corazón de caminante.
Tendrá para mi día fatigado
ese abrazo de amor que levantado
en su Cruz nos dio Cristo. Suplicante
cruzaré sus umbrales bendecido
por la Gracia de Dios que adelantada
salió a buscarme, aunque perdido el paso
haya errado su huella confundido.
Y de tu mano para siempre dada
contemplaré su Gloria, sin ocaso.