Jorge Boccanera
(Buenos Aires, Argentina, 1952). Poeta, crítico, periodista. Publicó, entre otros títulos de poesía: Contraseña, Música de fagot y piernas de Victoria, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Palma Real y Monólogo del necio. Y las antologías personales: Marimba, Servicios de insomnio, Libro del errante, Animales borrosos, Poemas tirados por caballos, Cartas de nadie a nunca, Sombra de dos lugares y Ojos de la palabra. Acaba de salir su suma poética Tráfico / Estiba, que reúne sus once libros de poesía editados a la fecha, más una sección poemas hechos canción que grabaron artistas latinoamericanos como la argentina Mercedes Sosa, el cubano Silvio Rodríguez y la venezolana Lilia Vera, entre otros. Es autor, además, del volumen de relatos La pasión de los poetas y de los ensayos: Juan Gelman: Confiar en el misterio y Poesía de Luis Cardoza y Aragón. Sólo venimos a soñar. Recibió los premios Casa de las Américas (Cuba); “Camaiore” (Italia); Gran Premio de Honor Fundación para la Poesía (Argentina); Internacional “Ramón López Velarde” (México); Casa de América (España), premio “Poetas del Mundo Latino” (México) y el premio honorífico “José Lezama Lima” (Cuba). Ha impartido cursos de poesía en universidades de Chile, Colombia, España y Costa Rica. Fue secretario de redacción en revistas culturales como Plural (México), Aportes (Costa Rica),, Crisis (Argentina) y director de Nómada (Argentina). Coordina en Buenos Aires la “Cátedra de Poesía Latinoamericana” de la Universidad Nacional de San Martín.
Poemas
Oración para un extranjero (vi)
Lluvia
somos dos extranjeros
mi nombre como el tuyo es una travesía
un deambular por puertas cerradas para siempre
la gente entra en mi sueño como por otra casa
y tus breves colores se deshacen contra el olvido
pero ya lo sabemos
no hay nada que tratar con su navaja
nada que preguntar en sus regiones
lluvia
somos dos extranjeros
nos separa una herida.
Engarce
a Silvio Rodríguez
La mano que lleva un niño de la mano, lleva una llave,
enciende un fuego al tacto, un sueño y una noche que
niega la hondonada, una en la otra se aprende a caminar,
a respirar. Y va enlazada a un ramo.
La mano que ha plantado una mano en la suya siente
hundirse un aliento en el agua del día, da confianza de
manos abrazadas, como el lugar donde se abre lo por decir,
lo por llegar. Y el que conduce es conducido.
La mano que lleva a un niño de la mano da un cuenco y un
viento en ese cuenco y un viaje en ese viento donde estallan
banderas de colores y bestias fabulosas comparten un camino
que comienza en un sitio de manos abrazadas.
La mano que lleva un niño de la mano fue a la cita en un lugar
de robustas memorias donde la mano que traga saliva era
recuperada de la soledad. Una en la otra.
La mano que lleva un niño de la mano no retrocede nunca.
Monólogo del necio
¿Quién escribe? El hambre. La voracidad escarba,
agita un esperpento con los ojos vacíos. No hay letra,
hay dentellada. Lo que repuja y muerde.
Feroz el escribir: cada tecla un muñón, clavo que raya
el muslo del silencio.
¿Quién responde? Una voz corroída. Punta
de un corazón mellado que va sobre su presa
respirando preguntas.
Eso se come, gula del vacío.
Afanes del poeta
Paso el peine,
quito las hojas secas, lo ampuloso,
el oropel y el loro,
los piojos del decir.
¿Me salvé por un pelo?
¿Hubo un pelo en la sopa?
Otra vez paso el peine, es un peine muy fino,
quito la carambada,
las enumeraciones de la trenza, lo brumoso
y sus rulos.
De nuevo paso el peine,
saco el abrojo y el aceite rancio,
el comején,
el troppo ma non troppo.
Por las palabras, por los sueños
paso una vez, paso otra vez el peine, busco
lo despojado, ese vislumbre,
lo desguarnecido.
Otra vez paso el peine
por la cabeza calva de la vida.
Fibras
a José Ángel Leyva
Asomará un venado para el que siembra tiempo, lo fabrica,
largas hojas de tiempo, muy delgadas, con hebras, cerdas,
hilos, filamentos, hilachas,
y escribe sobre el tiempo de rodillas, sobre un manto de sombras,
y camina después por la hoja en blanco donde la noche está
despierta.
Asomará el venado si el que escribe mete las manos en el tiempo
y roe, lo muerde, lo desgasta, lo adelgaza, lo vuelve tegumento,
membrana.
Cuando el tiempo -pellejo de palabras- roce fugaz el aire,
asomará un venado.