Johan Pedraza Vargas
Poeta y narrador bogotano, autor de los poemarios Lo que alguna vez me contó la luna, Mis cartas a la deriva y Nictálopes. De la novela Pedazos de corazón y los libros de cuentos La otra ventana y Exordio, primera y segunda edición. Magister en estudios literarios.
Poemas
Ropa vieja
Es la ropa de la guerra, dijo mi abuelo.
La misma para trabajar la tierra; para ir a la iglesia y dar de comer a su perro.
La misma que se quitaba en las noches, sentado en la peña, cuando fumaba su tabaco, para hacerle el amor al viento.
La ropa con la que se levantaba para recibir el sol nublado de su pueblo.
La misma con la que se fue del mundo, despojado de toda su vida en la tarde de año bisiesto, por una bala traicionera y perdida, que despedazó todos sus sueños.
Me dejó su sonrisa plácida por haber estado listo, y una muda nueva para cada día, de la ropa de la guerra.
La misma de todos los días.
Clave
Toma de mi jardín funéreo una rosa blanca de ternura improbable,
como la desaparecida de mi alma nueva y corrompida de amores falsos.
Clávala en tu cuerpo como sembrando muertos y espera a que germinen el odio y la rabia de nuestro tiempo.
Toma de mis ojos las esperanzas que nunca existieron, como si se tratara de un valle desierto, para lavar con tu sangre el polvo calcinado de nuestros desencuentros.
Bebe a sorbos enteros mi odio nuevo por este mundo infértil.
Espera de tu propia vida el sosiego del entendimiento.
Y de mi cuerpo muerto, nunca esperes nada.
Sólo tengo lamentos.
Mi voz nunca olvida.
A veces en el silencio, cuando el llanto se detiene, mis labios me engañan y el ansia repite tu nombre.
Cuando camino a solas, de vuelta en la ciudad, y la oscuridad es el único destino, tu destello y todo el brillo que era mío, caminan conmigo.
En ocasiones, muy solo en las tardes, el viento me acaricia y siento tus manos frías como la mentira que siempre fuimos.
No quiero caer desde la altura de los años como una hoja seca o
Como el sol que muere con la sombra.
No busco la experiencia del tiempo escribiendo en mi piel marchita,
Ni la de trascender los años con mi carga de carnes muertas con aroma de pasado.
Me niego a la llama que se apaga al amparo de los que dan la mano,
Y al montón de tiempo muerto que sólo puede recordar.
No me entregaré al remolino de los días para acabar envuelto en arrugas.
No seré el cuerpo que se derrumba entre las ropas,
Ni el aliento acabado,
O los anhelos irrealizables.
No seré el hombre viejo que camina lento,
Ni el que se entrega en la lucha de las mil batallas inacabadas del destino.
Nunca renunciaré a la torpe esperanza de vivir día tras día.
No terminaré el camino que va en círculos aprendiendo el mundo,
Ni entregaré mis días para ser leídos por la historia.
No moriré jamás.
No me desmoronaré con el mundo a la espalda,
O con la historia como fardo.
Viviré con los ojos abiertos como el faro atento en la noche eterna.
Allí escondido entre los libros que no serán leídos.
Receta
Una cucharada de sal de mis lágrimas secas.
Dos pizcas de tu propio aliento.
Trocitos de mi alma desvalida.
Un beso al descuido.
Tres gotas de tus ojos,
Y medio trago de este amor perdido,
Para aventurarte a la lectura de mi vida triste convertida en libro.