Fabio Scotto: Notas sobre poesía Italiana
De sus orígenes a nuestros días
La historia de la poesía italiana es de hecho la historia de una poesía en verso. Esto se debe, en primer lugar, a que su matriz latina encontró en los troubadours de lengua d’oc del Medioevo provenzal y occitano a través de la escuela siciliana (Cielo d’Alcamo y otros), lecciones e inspiración suficientes para formar una lírica en lengua vulgar que con Dante Alighieri se elevó en la Divina Commedia a lengua nacional. Hay aquí por lo tanto, un estrecho vínculo originario entre la lírica francesa (o pre-francesa) y la lírica italiana, incluso en un sentido germinativo. En el curso de los siglos siguientes, a través de algunos pasajes importantes que no es posible asumir aquí exhaustivamente, la lírica religiosa de carácter místico por un lado y la profana y grotesca por otro, así como la lírica amorosa de Francesco Petrarca, encausaron la investigación poética hacia una exaltación de la pasión influenciada por el pensamiento platónico, pero que se demostró capaz de desarrollar, de forma siempre refinada, una intensa sensualidad en la exaltación de la belleza femenina en el límite entre la inmanencia y la trascendencia. Debiendo proponer una síntesis, sin duda simplificadora, diría que el eje que conecta la escuela siciliana con Dante, luego con Petrarca y con Giacomo Leopardi ya entre los siglos dieciocho y diecinueve, condensa en gran parte los temas y motivos de la mejor tradición poética italiana, hecha la natural salvedad de sus diferencias cronológicas y estilísticas, de los orígenes a la primera modernidad. En particular, Leopardi introdujo por la singularidad y variedad de su discurso intelectual, aspectos filosóficos y morales especialmente novedosos cuya mistura de reflexiones, meditaciones y emociones, lo hacen el verdadero fundador de la modernidad poética italiana, si bien demasiado a menudo parangonado a un Schopenhauer negativista y anti-moderno, tendencia que impide captar en su discurso sobre la naturaleza, la ilusión y el recuerdo, cuanto contiene su lírica de vital y no de únicamente negativo.
Con Foscolo (I Sepolcri)[1] y Manzoni (Gli Inni sacri)[2], la poesía italiana recuperó una dimensión testimonial y heroica confiriéndole una solemnidad dramática y moral particularmente sentida y a su modo “pedagógica”. Sin embargo, en el siglo diecinueve no se produjo en Italia, si no en un modo más bien periférico con la Scapigliatura[3] (Prati y otros), ese paso del verso a la prosa que en cambio caracterizó el Simbolismo francés (extendiendo sus ecos a partir de Aloysius Bertrand, Maurice de Guérin, Gérard de Nerval, después en Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé y Lautréamont). Este aspecto es de vital importancia para captar la diferencia evolutiva de la poesía moderna y contemporánea en Francia e Italia. En efecto, la lírica italiana a diferencia de la francesa, por fidelidad a la línea versificada de Dante y Petrarca, permanece escrita prevalentemente en verso, mientras la francesa post-simbolista adopta la prosa (aquella del poème en prose) de allí en adelante, esto es, hasta hoy, sin nunca más poner en discusión su valor poético (ciertamente, en nuestros días, una investigación relativa a la escritura de poesía en prosa existe en Italia, baste pensar en la totalidad de la obra de Giampiero Neri y en ciertos aspectos de aquella de Valerio Magrelli, Stefano Raimondi y Fabio Scotto, para citar algunos nombres de la crítica ya identificados como ejemplos acreditados de esta modalidad expresiva).
En el siglo veinte, a la solemnidad retórica de Giosuè Carducci, hacen eco las investigaciones formales más musicales y estilísticamente onomatopéyicas de Giovanni Pascoli y Gabriele D’Annunzio, que parecen hacer suya la lección “impresionista” de la poesía como arte de la sugestión, con influjos duraderos sobre el trabajo poético posterior, al menos en el plano formal.
Sin duda, las vanguardias históricas, del Futurismo al Dadaísmo y al Surrealismo, constituyen un momento ulterior de diálogo y mutuo condicionamiento en la relación entre poesía italiana y francesa (Filippo Marinetti es bilingüe y vive en París, Apollinaire nace en Roma de padre italiano, Giuseppe Ungaretti se forma en Egipto y luego en Francia…) En ellos, como paralelamente en el arte, la modernidad deviene hibridación de lenguajes y también reivindicación política (que caracterizará después, por ejemplo, la facción más “engagée”[4] de la lírica de la resistencia francesa, de Paul Éluard a Louis Aragon, de quienes se hace eco, con acentos igualmente dolosos, quizás menos explícitamente militantes, la lírica hermética de Salvatore Quasimodo y Eugenio Montale). El hermetismo, que progresivamente poda la retórica de tanta poesía heroico-patriótica precedente y extrae abundantemente lecciones morales de la guerra a los totalitarismos, representa un retorno en el plano estilístico-formal especialmente con Ungaretti[5] a un esencialismo de la palabra-sonido, ciertamente afín de alguna manera a la lección mallarmeana que en Italia, según Giovanni Raboni, pareció prevalecer respecto a la baudelairiana en los círculos literarios florentinos.
De hecho, el horizonte poético del “Segundo Novecento” más allá del magisterio indiscutido de los poetas del periodo hermético (Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Umberto Saba, Eugenio Montale), presenta una constelación de figuras significativas, las cuales, a excepción quizás de la segunda vanguardia (Gruppo ’63: Luciano Anceschi, Elio Pagliarani, Edoardo Sanguineti, Alfredo Giuliani, Nanni Balestrini, Antonio Porta, personalidades no sólo poéticas, sino críticas, políticas, estéticas), no parece caracterizado por un espíritu “de grupo”. No obstante su diversidad de inspiración y formación, figuras como las de Vittorio Sereni y Giorgio Caproni (con su diálogo prolífico con René Char, incluso en el ámbito de la traducción), Attilio Bertolucci, Carlo Betocchi, Alessandro Parronchi, Piero Bigongiari y Mario Luzi (que se encuentran en el célebre café literario Giubbe Rosse[6] en Florencia, frecuentado también por Montale), Franco Fortini, Pier Paolo Pasolini y Roberto Roversi (estos últimos reunidos en la revista “Officina”, con una fuerte propensión al empeño crítico y político en el ámbito de la diatriba marxista post-bélica) conducen la poesía hacia una visibilidad pública que la exhibe como una suerte de consciencia crítica de la época. Tal intento, desde modalidades diversas, es proseguido de maneras más bien individuales desde la estación “realista” y post-hermética de Giovanni Raboni (que propugnará con Patrizia Valduga por un retorno a la forma cerrada), Giovanni Giudici, Luciano Erba, Nelo Risi y Giancarlo Majorino. No se puede olvidar, en este contexto, la contribución de autores experimentales muy apreciados todavía hoy como Libero De Libero, Guido Calogero y por otras razones más ligadas a la singularidad del estilo, Alfonso Gatto, Rocco Scotellaro y Bartolo Cattafi. En el frente femenino, figuras como la de la suicida Amelia Rosselli, que tiene un fuerte impacto sobre la poesía de vanguardia por la fuerza dramática de su siquismo lírico y plurilingüe, Maria Luisa Spaziani, (que fue íntima de Montale), y Alda Merini, quien pasó muchos años en el manicomio y hoy constituye un fenómeno comercial particularmente significativo por la exposición mediática de la que fue objeto en los últimos años de su vida, no resultan ciertamente de importancia secundaria. Un discurso aparte fue construido por Andrea Zanzotto, auténtico y apartado maestro, capaz de encontrar una casi imposible conciliación entre la inspiración neo-petrarquesca, las nuevas instancias sicoanalíticas de la Nouvelle Critique y las ciencias, produciendo un discurso que ha influenciado mucho la investigación de la vanguardia, sin por esto haber tomado parte efectiva en ello.
Un tentativo de describir el horizonte contemporáneo actual resulta a priori arduo y complejo, como lo es siempre el buscar describir procesos in fieri[7] no siempre adecuadamente historiados. Digamos que es posible individualizar hoy una poesía llamada de “línea lombarda” de ascendencia sereniana, caracterizada por una pronunciación seca, cotidiana, voluntariamente antimusical y próxima a una voz en cuanto es posible en sintonía con el hablar común (Maurizio Cucchi, Giampiero Neri, Tiziano Rossi, Mario Santagostini, Vivian Lamarque, Franco Buffoni, Antonio Riccardi, el ticino Giorgio Orelli…); una línea “romana”, si es lícito definirla así, más relacionada con el deseo de una reescritura vagamente irónico-decadente y dramática de la historia, por lo mismo, en gran parte hija del pasolinismo (Dario Bellezza, Gianni D’Elia, Valentino Zeichen, Elio Pecora, Roberto Deidier…); una investigación más próxima al mundo clásico, a lo sagrado y al mito a la que corresponde la célebre antología La parola innamorata (Giuseppe Conte, Giancarlo Pontiggia, Enzo Di Mauro, Roberto Mussapi, Milo de Angelis); una lírica dialectal alimentada por diversas influencias y que ha dado pruebas de cúspides poéticas, si bien difícilmente disfrutables en lengua original sin ayuda de la traducción (Andrea Zanzotto, Tonino Guerra, Albino Pierro, Biagio Marin, Franco Scataglini, Franco Loi, Raffaello Baldini, Dante Maffia, Nino De Vita…, cabe señalar por estos días el lanzamiento de una antología de poesía dialectal en la editorial Quodlibet de Macerata, dirigida por el notable filósofo Giorgio Agamben).
Muchas otras investigaciones poéticas más individuales se llevan a cabo, algunas reconducidas a un neolirísmo que nunca desdeña las lecciones de los clásicos, la relación con la historia y la matriz musical del discurso, que fue aquella de la poesía de los orígenes (Paolo Ruffilli, Umberto Piersanti, Patrizia Cavalli, Fabio Scotto). Con una singular fecundidad y originalidad, la obra de Valerio Magrelli desde finales de los años setenta ha forjado un espacio propio de plena visibilidad y autoridad que lo hacen el poeta italiano más notable de su generación por el modo solo suyo de describir, con un lenguaje que extrae mucho de los usos de la ciencia, la filosofía, el periodismo y la historia, una suerte de anatomía de sí, del propio cuerpo, del mundo. Por otros aspectos, la obra del Sienés Cesare Viviani, supera el periodo vanguardista desarrollando un discurso siempre más cercano a la meditación espiritual, con resultados aforísticos y sapienciales sugestivos.
Existen además una serie de narradores-poetas (de Elsa Morante a Giorgio Bassani, de Paolo Volponi a Ottiero Ottieri, Alberto Bevilacqua a Nico Orengo) que se han expresado en el transcurso del siglo con resultados diversos, pero siempre bastante dignos de ambos géneros.
Otras investigaciones poéticas menos codificables han llamado la atención de la crítica por continuidad de resultados y significatividad de temas y modos. Quiero mencionar algunos nombres sin pretención alguna de exhaustividad, a saber, aquel de Antonella Anedda, fuertemente influenciada por la lectura de la gran poesía rusa femenina del siglo veinte, del ticinio Fabio Pusterla, del irónico y confidencial Alessandro Fo, del post-caproniano Enrico Testa, del neo-barroco Gianfranco Palmery, de los originales Anna Cascella Luciani, Marco Vitale, Alberto Bertoni y Angelo Maugeri.
El frente neovanguardista odierno es bastante nebuloso y complejo: se va, desde la experiencia de Tam Tam ( Adriano Spatola, Giulia Niccolai…), del Gruppo ‘93 (Biagio Cepollaro y otros) a nuevas tentativas de coagulación de polaridad poética de raíz prevalentemente formal sobre la cual aparece fuertemente el influjo de la beat-generation y de Charles Bukovski, así como del formalismo de más allá de los Alpes y del objetivismo estadounidense (por ejemplo del spoken word, donde coherente y significativo aparece desde hace años el empeño de Lello Voce, y, en una prospectiva diferente, ajena a las improvisaciones de la slam poetry, se perfila Claudio Pozzani, artífice de una interesante combinación de poesía hablada y música).
La investigación poética italiana contemporánea aparece globalmente en el espéculo que poseo como jurado de premios literarios, por lo mucho, como vivaz y culta, si bien no siempre sostenida por una cultura histórica y una solidez estilística tal que pudiera volverla potencialmente duradera. No pudiendo enumerar especificidades certeras, me limito aquí a señalar que las mejores y más prometedoras aproximaciones poéticas resultan ser, desde mi punto de vista, aquellas de los autores que independientemente de la orientación expresiva y estética adquiridas, son capaces de mostrar una voz plenamente reconocible, voz que lo es tanto más cuanto que huye de la tentativa errónea de refugiarse en la mera abstracción del significante y hasta del sí mismo, para afrontar, incluso abriéndose a mezclas y experimentaciones, el deber “moral” de la poesía, a saber, aquel de testimoniar el propio tiempo y de hablar a todos sin fingimientos, con el coraje del corazón y de su intelecto.
Fabio Scotto
Traducción y notas Alejandro Vergara
[1] Los sepulcros.
[2] Los himnos sacros.
[3] Término que podría traducirse como “la descabelladura” o para fines idiomáticos, “los descabellados”.
[4] Comprometida.
[5] Quien, sin embargo, entabló probadas relaciones con el fascismo de las cuales Montale se tuvo por el contrario meritoriamente bien a distancia.
[6] Jubones rojos.
[7] En proceso de formación.