Carlos Andrés Almeyda

(Bogotá, Colombia, 1979) Editor, docente y comentarista de libros. Ha realizado crítica y comentarios bibliográficos para medios como el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, la revista Lecturas del diario El Tiempo, la revista Número; el desaparecido periódico Tinta fresca de la Cámara Colombiana del Libro; la Gaceta del Fondo de Cultura Económica; y la revista Arcadia, entre otros, así como en los portales omni-bus.com (España); revista.agulha.nom.br (Brasil); y laotrarevista.com (México). Ha dirigido talleres de poesía con la Casa de Poesía Silva, en la Cárcel Distrital de Bogotá y la Cárcel del Buen Pastor (2015-2017). Mención de honor en el concurso para nuevos escritores de la Revista Número, grupo TM y la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, así como en el quinto y séptimo concurso literario El Brasil de los Sueños, organizado por el Instituto de Cultura Brasil-Colombia y la Embajada de Brasil. Fue docente capacitador de la Vitrina pedagógica con Bibliored y la Secretaría de Educación. Coordinador en 2008 de Página de Libros, sección bibliográfica que aparecía todos los viernes en el diario El Espectador. Ha sido docente, redactor Free lance, corrector, diseñador, librero encargado, editor, gestor cultural y promotor de lectura. El Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República publicó en 2018 una breve muestra de su poesía. Fue Artista Formador de Idartes (2017-2019). Actualmente se desempeña como diseñador y corrector para universidades e instituciones culturales. Es Consejero Distrital de Literatura para las organizaciones promotoras de lectura. Acaba de publicar su poemario Una jaula va en busca de un pájaro (Raíz invertida, 2020). Colaborador de la Revista Ulrika y miembro del equipo del FIPB y de las Jornadas Universitarias de Poesía «Ciudad de Bogotá».
Poemas
BREVE RELATO SIN AIRE
yo creo que la palabra amor se parece más a un mapamundi que a un globo terráqueo. En ella el agua se desborda. Los barcos evaden el horizonte y nadie viaja hacia sus orillas, el sol abre sus fauces –como bostezando desde el fuego de su vientre– mientras bebe grandes bocanadas de olas y relámpagos.
Yo creo que el amor tampoco es perfectamente redondo como se creía de la tierra, las mareas de sus aguas ondean revolviéndole el estómago y cada cierto tiempo vomita sus entrañas llenas de peces muertos y animales monstruosos, calamares totalmente ciegos que tantean con sus tentáculos mientras escarban la tierra. El amor es entonces como un ánfora de aquellas que se llenaban en las palanganas nórdicas. Cae la oscura noche mientras el toque de queda anuncia algún secreto mal y las matronas corren a casa para adorar al diablo. La niña de todos los cuentos ha ido a abrazar la muerte entre las algas marinas.
Es gracioso este mapamundi-amor. Todo en él parece sacado de una historia vikinga donde alguien de repente atrapa a una dama y la lleva a rastras como mercancía o la roba de un barco aún en altamar bajo la luna quebrada. El héroe de esta historia, al rescatarla, se disfraza de escolapio, pero más parece el polizón de algún buque mercante, enorme embarcación fantasma surgida de la tormenta. Nadie ha escrito aún el libreto para esta historia de princesas arrancadas a los pájaros del océano. Allí las corrientes irremediablemente van a caer al mismo acantilado sin fondo mientras el agua corre y corre sin forma hacia su propio precipicio.
Los mares, en su lógica extraña, continúan saciados de sí mismos y desde el agujero negro de sus gargantas un pitido de tetera anuncia algún nuevo sacrificio.
AD LIBITUM
A mi diestra está el universo,
con sus protuberancias y caprichosos misterios,
con su vacío interno
en el que parece brotar
la presión de un líquido inmisericorde,
con su alta boca ciega,
con su fondo de precioso caleidoscopio.
Ahí donde aprietas y un suave aliento se abre paso,
como consolando,
y un spleen envejecido salta de la nada ajena
a mostrarte su metafísica
y apenas la espuma tras un cristal verdoso
se confunde con tu socegada sonrisa,
mientras el brillo de la preciosa botella,
largamente envilecida como una estrella oculta
inunda todo de oscura calma
y tú la miras asombrado,
dulcemente miserable
sin otro espía que el cantinero.
(Tomado de Golpe de dados, número CLXXIV, volumen XXIX de 2001)
GPS
“Una fe verdadera es la que se permite
pagar el precio de la incertidumbre”.
Friedrich Nietzsche
I
En cuántos lugares y no lugares
Seguramente habitará ella
Floreciendo a escondidas
Entregando su alma en otros holocaustos
Perdiendo este sendero de hojas secas
Que voy regando a su paso
Como quien cosecha la tierra
en medio de un lodazal profano
y mira hacia los astros como un niño muerto.
En cuántas guaridas silenciosas
Su imagen se entregará en los márgenes
De alguna palabra inacabada
Mientras libre de mi encierro
Canta y ríe al borde de sí misma
Inhalando volutas de humo
Que agazapadas se pierden
Sobre su cabello rojo
Como al final de un incendio.
En cuántas habitaciones no estaré yo
Ahora mismo
Esperándola como un niño perdido
Y adhiriendo mi piel a la piel del desarraigo
En la que yazgo sobre este mausoleo de piedras chinas
Exhausto por perderla del todo
Y elevándome en una mujer de paso
Mientras finjo ser otro
Entre muslos apagados y tristes
Asomado como de costumbre
A una ventana ciega en la que reposa ella
Encerrada como un gato
Mientras mi corazón late despojado
Iluminado por un rayo de sol En algún punto muerto del tiempo.