Camila Charry
Camila Charry Noriega (Bogotá, Colombia)
Es poeta y editora, profesional en Estudios Literarios y maestra en Estética e Historia del Arte. Ha publicado los libros «Detrás de la bruma», «El día de hoy», «Otros ojos», «El sol y la carne», «Arde Babel», este último reeditado en Guatemala y México en 2018 y 2019, respectivamente, y «Materia iluminada», poesía escogida en edición bilingüe, español-francés, 2019. Es editora del fanzine «La trenza», que aborda la poesía y el ensayo de escritoras colombianas. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, rumano, polaco, portugués, árabe e italiano. Actualmente se desempeña como profesora de poesía latinoamericana y de escritura creativa.
Presentación de la autora
y su obra por Lucía Estrada.
* * *
Como presintiendo el horizonte entre una grieta luminosa, la poesía de Camila Charry se ocupa de la vida entre sus quiebres y formas desgarradas. Cada poema de este libro es como un leño que se atrevió a azotarse contra el fuego, pera perder las formas accesorias y ser tan sólo fulgor que reverbera. Atada a las metáforas y los mandatos del fuego, esta escritura se realiza en su pregunta por el punto incandescente de las cosas. Privilegio es del lector descubrir de la mano de una voz poética singular que, de la vida, el cuerpo y el lenguaje, lo único que fluye es lo que arde.
Andrea Cote
Poemas
POEMA RETÓRICO SOBRE SPINOZA
Desterrado de la sinagoga
Spinoza avanza por la calle
de gabardina rasgada por el puñal del asesino.
Ya sabía que acá la muerte
es flecha de luz
y apacible destino.
Sabía que decir persona es como decir rincón de nada,
y sabía que solo hay colisiones, choques,
que definir cualquier cosa es definir sus relaciones;
decir que un pez es pez, es entrar en una relación,
no hay pez puro,
su sustancia es artificio de otra cosa sin realidad ni tiempo.
Pulir lentes como renuncia definitiva,
se necesita de este oficio para hallar la hondura;
la renuncia también es una potencia
no el fracaso.
Así que sobre el mundo, Dios,
en relación a sí mismo
es el rostro de la descomposición
oposición a la vida en su más cierto quehacer
la vida, ese caer de moscas
sobre el sueño de la tierra,
ofuscación de dientes que sostienen su flujo,
Bacon que desgarra los objetos.
Solo se gana el cielo si se ha sido un buen esclavo;
en el reino animal
morir es un privilegio
los animales siguen su relación con la muerte
sin holocausto, sin esclavitud,
no hay obrero que viva sobre el abismo
sin la muerte en las entrañas,
animal extraviado de la manada
reconoce su estado y calla.
Auto reguladora, la naturaleza se crea y se destruye;
el castor hace presas y el hombre caos.
En la palabra
el río
corre cuesta arriba
restituyendo el tiempo,
la vida,
lo arrasado.
Pero vivir es el río que regresa
y los derrumbes,
la violencia de los días
donde existe dios.
Un perro nos espera
en ese fondo imposible que penetra la palabra,
luminoso permanece
en el envés de la vida
y acá hiere su distancia
hiere su canto bajo la lluvia
su agotada carne, su lengua mansa.
No puede la poesía reconstruir huesos y dientes
y el perro nos observa desde ese fondo imposible que es la muerte;
su impulso, sin embargo, lo hace cardinal.
Ciertas cosas
habitan la potencia de lo innombrado,
ciertos abismos en la vida
tocados jamás por el lenguaje,
cosas iluminadas solo desde su interior
de ligera luz
retenidas en su estado de latencia.
A veces desde afuera algo las enciende;
la poesía que en la vida es aliento
nos devuelve a la abertura
a una imagen descuajada de los signos que se llaman;
la palabra a la distancia
que las saca del pasado
y las arranca de su reposada inexistencia.
Pero en esta habitación todo tiene nombre propio;
un perro observa los días ya sin él,
tiene nombre,
pues es propio de la vida nombrar
todo lo que arde y fluye.
Conocemos el pasado de esas cosas solas
que nos miran desde la imposibilidad,
somos lo elegido por su fuerza.
Transcurrimos entre ellas atentos al polvo
que cada semana les borramos,
son la vida
y para ellas nuestro nombre
es una huella dactilar
o la vuelta que les damos para que el sol no las irrite.
Incólumes persisten.
A diferencia de nosotros,
gozan ellas de un piadoso dios
que las salva de la ruina.
Calvario
La res se tiende sobre la hierba y espera la herida
la luz del cuchillo;
ese segundo de olvido que conduce a lo otro.
Para evitar el hambre
la madre sumerge el rostro de su hijo
en las entrañas tibias de la res;
ese universo de carne y vísceras.
En los ojos abiertos de la res muerta
el niño se contempla un instante
y comprende sus propios ojos,
su voz sorda
deformada por su aliento
y por el aliento último de lo que existe.