Blanca Luz Pulido
(Estado de México, 1956). Poeta, ensayista y traductora. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, y la Maestría en Literatura Mexicana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fue miembro del Tercer Programa para la Formación de Traductores de El Colegio de México. En 1999-2000 estudió en la Universidad Clásica de Lisboa el Curso Superior de Traducción de Portugués, con una beca del Instituto Camões. Ha traducido libros de Nuno Júdice, Ana Luísa Amaral, Ruy Belo y Manuel Alegre, entre otros autores. Ha publicado, entre otros, los siguientes títulos de poesía: Raíz de sombras (1988); Reino del sueño (1996); Cambiar de cielo (1997); Los días (2003, Pájaros (2005); Al vuelo (2006); Libreta de direcciones (2010), La tentación del mar (2012); Cerca, lejos. Antología personal (1986-2013) (2013) y Poderes del cuchillo (2015). Algunos poemas suyos se han traducido al italiano y al inglés, y en 2013, la editorial Mantis publicó una traducción de su obra al portugués: Libreta de direcciones / Caderno de endereços. Antología de poemas 2005-2013. En 2019, la Universidad Nacional Autónoma de México publicó una antología de sus poemas en la colección Material de Lectura, Serie Poesía Moderna, núm. 214. Desde 2009 es profesora-investigadora de la carrera de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. También ha impartido talleres de poesía y de traducción para diversas instituciones culturales, en México y en el extranjero.
Poemas
Lo que no existe
Lo que no existe
brilla en el dorso pálido del día,
ensayando su inminencia
en medio de visibles claridades.
Lo que no tiene cuerpo
se desliza en los pliegues del oído,
y su acerado rumor
avanza en el deseo.
Camino desoyendo la materia
de lo visto por lo apenas insinuado;
el rumor de lo increado
se agita en mis dedos
en busca de su materia y superficie.
Desde regiones lejanas
avanza lo invisible,
asciende a esta palabra, signo, gesto
que lo prende a la luz,
lejos de su niebla originaria,
y lo siembra en la tierra de las horas.
En cualquier giro del aire
ha de nacer al fin,
me tocará con sus dedos invisibles
y me dará la forma que he perdido
esperándolo ciega en medio de la noche.
Nudos
Qué es la vida
sino nudos,
una serie de nudos
enlazando los días.
Algunos pueden desatarse,
son claros su punta y su final,
la soga es dócil, flexible.
Otros son de arcilla,
nudos de lodo o piedra
que al romperse nos rompen,
sin haber desatado
el centro de su enredo.
Cada quien teje los hilos
de su nudo particular,
íntimo,
terca madeja
que sólo soltará sus redes
al final,
cuando los pies, con sueño,
crucen la puerta tras la cual
todo nudo se deshace.
La rosa de Magritte
Encerrada, gigantesca, en espera de no sabemos qué, la rosa de Magritte nos mira. Nos mira como un gran ojo inmóvil, presa y sola.
No sabemos si alguien algún día podrá responder la pregunta que nos lanza, muda.
No es la rosa sin color de Villaurrutia,
y no sabe qué hacer con su rojo indescriptible, con su rojo para nadie.
Y me darían ganas de entrar en la habitación en que se encuentra, donde no hay tiempo ni lugar, y abrazar sus monstruosos pétalos fragantes, y decirle: ya no estás sola, estoy aquí, encerrada contigo en un cuarto sin puertas y sin aire.
Y perderse en la sombra de su sangre, y nunca más volver.
Los días
Eu viera para a vida
e deram-me dias
Ruy Belo
… y siempre me quedo
un paso más allá
o más acá
del día
Oh los hermosos días
ajenos a mi vida que los mira,
oh las horas
siempre tan sólo de sí mismas
Sin pausa
la mañana pasa a ser la noche
Me hundo en sueños
que me olvidarán al día siguiente
Oh los días
ajenos y libres;
no saben nada
y lo conocen todo
Hoja
Para Jan Hendrix
Qué es una hoja
Qué es un bosque
El bosque se presiente todo
En una hoja
Entre las nervaduras
Hay luz abriéndose paso
Derecha izquierda
Bifurcaciones infinitas
Milímetros laboriosos
La mañana surge
La tarde se dibuja a sí misma
En sus delicados goznes
En sus arterias verdes
¿Es una hoja tan sólo?
¿Una hoja y nada más?
¿Dónde empieza, en la rama
Prendida del árbol
Ceñida al tronco
Unido a la tierra
Afirmadas sus raíces en lo oscuro?
¿O empieza en el tiempo,
Hace millones de años,
La misma hoja circular, concéntrica
Que todos somos, las nervaduras,
El verde respirándonos,
La tierra que somos
Fuimos y seremos?
Destierro
Muy lejos,
No sé dónde,
En qué rincón
Languidecen,
Íngrimas,
Solio, feraz, blandengue, expolio,
Aburridas con tirria,
Befa, mofa y descalabro.
Nadie se arredra para apartarlas,
Como apestadas lucen
El polvo entre sus sílabas
Canas, enmohecidas.
Ya pocos sacan de su encierro
A ofidio, pórfido, lábaro,
Pocas veces cíngulo ciñe,
Olvidados cántaro, alabastro, palio,
Historia remota opalescente,
Inmarcesible, desastrado.
Por las noches
Se dan cita
En las páginas
De provectos diccionarios
Que antes pródigos, altivos,
Ahora caminan soturnos
Al anaquel de lo inservible.
Abalorios moribundos
En el talud del tiempo;
Afónicas y taciturnas
Pedrerías para nadie.
Vespertina
Busco la tarde en la tarde
el minuto en el minuto
sabiendo que desaparecen como agua al sol
como dedos buscando
el pez que no pueden alcanzar.
La mano nunca a sí misma se enlaza;
la tarde no se sabe tarde
detenida en el árbol:
en el cuarto
caen sus horas de luz gota a gota
–la misma que estas líneas
quisieran atrapar
en sus sílabas de viento
en su cuerpo de fantasma.
Pasiva, activa
Se puede decir
Algunos dicen
Se ha afirmado con seguridad que nuestro idioma
posee dos voces, activa y pasiva.
(De la media no hablaremos por ahora.)
Nadie, que es todos y uno, podría dilucidar
con certeza absoluta o parcial
cuál voz es más fiel a las modulaciones
de acción o pensamiento.
Se ha dicho que la voluntad descansa
al emplear la pasiva, voz
por la que el carro no mató al perro
sino el perro fue muerto por el carro,
y entonces el mundo se ordena al revés
y los actos flotan sueltos
y de ellos se puede descansar,
tal vez dormir se pueda,
y el perro no muera
sino sólo un poco.
En cambio otros prefieren
al escribir o hablar ser tan puntuales
como el cuchillo que el reloj esconde,
y nunca dejar un cabo suelto
–como el refrán ordena, aunque los barcos
hayan zarpado ha mucho, bien amarrados o no
todos sus cabos.
Y entonces las afirmaciones
suenan siempre como balas
de certeza:
Todos sabemos entonces
que es a las cinco y veinte
en la calle lodosa del presente
cuando el carro, en voz activa, mata
todos los días al mismo perro triste
al final de esta historia que termina.
Se dice
Ha sido dicho
He oído decir
que en un probable universo se escuchará un día:
“El carro ha sido muerto por el perro”.