Antonio María Flórez
(Badajoz, España). Se crió en los andes colombianos (Marquetalia). Docente universitario y consultor ministerial en Colombia. Columnista y corresponsal de prensa en varios medios latinoamericanos y gestor cultural. Es médico, especialista en drogas y deporte. Reside actualmente en Extremadura.
Entre sus obras se cuentan: Zoo. Poemillas de amor antiecológico (1993), Antes del regreso (1996), Tauromaquia (2003), Desplazados del paraíso (2003), Dalí. El arte de escandalizar (2004), Transmutaciones. Literatura colombiana actual (2009), Bajo tus pies la ciudad (2012), En las fronteras del miedo (2013), La muerte de Manolete. Crónica en escena (2014) y Mirando al poniente (2016).
Premio Latinoamericano de Poesía Fundación Givré (1990). Premio Iberoamericano de Cuento (1992). Finalista del Premio “Felipe Trigo” de novela en varias oportunidades. Beca a la Creación de la Junta de Extremadura en novela y en poesía (1997 y 2003). Beca de Investigación de la Diputación de Badajoz (2012). Premio Nacional de Poesía “Euclides Jaramillo Arango” (1999) por La ciudad. Premio Nacional de Poesía “Ciudad de Bogotá” (2003) por Desplazados del paraíso. Finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia 2015 con el libro En las fronteras del miedo.
PODCAST DE POEMAS DE ANTONIO MARÍA FLÓREZ
POEMAS DE ANTONIO MARÍA FLÓREZ
Paraíso
Un día de estos
cuando el tiempo no pase sobre el tiempo
Un año de estos
cuando el tiempo no sea tiempo
Un siglo de estos
cuando la nieve
no sea invierno
ni el amor
la primavera
entonces podré decir
que el Paraíso
fue una hermosa ilusión
en la mente de Dios.
Desplazados del paraíso, 2
Mi madre
me daba besos
y mi padre libros;
así se me iba la infancia,
navegando en sueños.
Desplazados del paraíso, 7
Antes de abandonar mi tierra
pienso en todo lo que es embrión y energía creadora,
en el semen derramado sobre la núbil muchacha
que sueña con la ciudad y el mar,
en el rudimento de olores y sabores
que se instalarán en mi memoria refleja
como una semilla purulenta de flores sin estambres.
Pienso en los gusanos, las serpientes, las carcomas
y todas las cosas que horadan la tierra y la revierten
a su antigua condición de semilla; pienso en ti
que te has quedado sin boca ni brazos para besar o retener,
¡Oh, madre, hermana, abuela, amante, ligamento primordial
de mis rodillas genuflexas, /
brilloso canto de espeso y ardiente amor!
Desplazados del paraíso, 9
Y llevan
en sus alforjas
algunas pocas pertenencias;
habitan en el día oscuros rincones
de caballerizas y galpones malolientes
y en las noches recorren sudorosos
caminos marginales de niebla
entre susurros y plegarias.
Al alba, siempre al alba, buscan riachuelos,
pequeñas fuentes de agua, donde sacian su sed
y se lavan la angustia de sus pieles rotas. A veces los peces tocan
sus cuerpos desnudos y se anegan de amor e inciertas promesas.
Se aman, se seguirán amando, buscando el mar o las ciudades,
así el miedo los obligue a seguir andando
con las alforjas ya vacías pero los sueños intactos.
El exilio
Tengo la convicción del exilio.
Voy a partir. Con tus labios o sin ellos.
Sería más seguro quedarme,
apoyarme en las raíces, en los recuerdos,
en la certeza de los afectos,
en la plenitud protectora de las montañas
y en la fértil luz de tus miradas.
Pero los temporales de oriente
me traen el ruido de las ciudades
y los vientos del norte el yodo salino de los litorales.
Debo partir. Y me alisto olisqueando los senderos,
poseído de una insana y febril ansiedad,
leyendo en el horizonte cargado de presagios
los inciertos designios del miedo.
Se abren puertas
A Javier Alberto Martínez
Se abren puertas.
Afuera la luz amarilla
en el azul de la mañana.
Aquí, la tibieza de las sombras.
Sentado, a la espera de nada,
bebiendo lentamente los últimos sorbos
de un sueño que se acaba.
Negro café del despertar.
Puertas que se abren ante tus ojos
cansados de tanto insomnio,
que te muestran caminos conocidos,
que te llevan a lugares ya habitados;
sí, a aquellos que recorrieras
con el paso inseguro de la niñez
y el asombro de las cosas nuevas.
Ves,
a pesar de tanta luz,
los rostros marcados por los años
de los seres que tanto amaras,
sus ojos miopes de tanto desgastarse
mirando el horizonte
sin atisbar la sombra
del que ayer se fue para nunca más volver;
¡ay!, sus corazones rotos de tanta espera
y sus sueños desgarrados y marchitos
de tanto viento adverso
como les ha soplado en la vida.
Ves,
La gloria polvorienta
de los infames nobles de tu pueblo
esparcida por el suelo,
degollada por la justicia;
y las estatuas graníticas de sus hombres más ilustres,
cubiertas de musgo,
inmóviles y calladas,
como si el tiempo hubiera castigado para siempre
su voluntad de grito y movimiento,
su capacidad de orden y concierto.
Ves,
las calles y las casas familiares
respirando a otro ritmo,
los parques y dehesas que anduvieras,
–curioso adolescente–
equivocando sus límites, mudándose en laberinto;
las tortugas y los perros que cuidaras
entonces con esmero,
ahora caminando con descuido y lentitud exasperante
por el verde patio de la casa de la abuela,
que aún conserva sus dos limoneros florecidos
esparciendo el mismo aroma
con el que inundara de frescas fragancias
la primavera de nuestros mejores años.
Ves,
todo aquello con tanta claridad ahora,
tal si fueras y estuvieras;
pero sin embargo,
nada es igual,
ya todo es diferente.
Y me pregunto,
¿En qué lugar estoy?,
¿qué día es hoy?,
¿qué hago aquí?,
¿adónde voy?
Y bebo a largos sorbos,
negro café del despertar.
Y este amargo sabor
de la memoria se me revuelve
y todos estos sueños desparramados
en el tiempo blanco del papel
me retan a asumir el desafío
de asomarme con valor a los días que vienen
para buscarle un sentido a la luz que me alumbra,
a mis pasos y al camino que debo seguir.
Se abren puertas.
Sé que todo ha cambiado
y yo también.
La luz brilla ahí afuera,
–generosa y diáfana–
eternamente igual
pero totalmente
distinta al final de esta mañana.
¿Para siempre?
Para siempre.
Ya todo es diferente.
Postescriptum:
… y el poema
jamás es responsable del papel que le asignan…”
José Antonio Gabriel y Galán
El pasado es un sueño
El pasado es un sueño.
Vivir es lo que nos hace daño.
Por las calles vacías de la ciudad
el silencio es hostil y justiciero.
¿Fuimos alguna cosa?
¿Seremos alguna otra?
Como un náufrago después de la tormenta,
deambulo a la deriva por los recuerdos.
Digamos,
para que no nos olviden.
Este país era muy triste antes:
¿No crees?
Era como un paraíso.
No.
No.
Siempre ha sido así,
triste.
El recuerdo es como un sueño,
pero la infiel memoria destruye
todo lo que es duda y fenece.
Vivir es lo que hace daño.
Hablemos,
gritemos bien alto,
para que nunca nos olviden,
ni olvidemos.
Busco
Busco a la salida de los días,
la noche,
y en ella a tus ojos
de relámpago.
Te busco a ti
en el fondo de mi copa,
y a nosotros,
pensamiento sin nombre,
al filo del alba.
Mírame
A GM
Que no haya más dolor
que el de aquel postrer beso
adornado de desplantes.
¿Acaso me merezco
el desgarro de tu estoque
o el desprecio de éste,
tu último verso?
Mírame,
¿no ves que sangro
a borbotones
por ese amor de aguante
que se me derrama en la arena?
¡Ay, que no haya más dolor
que el que canta este poema!
Lamo
A GM
Lamo tu nuca en silencio
mientras el mar refresca tu piel ardiente.
El horizonte es azul pero muy lejano.
En el albero de la playa,
perros y resplandores.
En mi memoria
tus ojos miraban a lo alto,
no sé si a los míos
o al sueño que anhelabas
de embates y espadas.
Era invierno,
no eras libre,
pero danzabas en la arena,
y soñabas.
Era en realidad
Fue primero un paso y luego otro,
avancé con recato, miedo, incertidumbre;
era la angustia de caminar a tu encuentro,
hacia ti, presencia lenta y solitaria
de pasillos silenciosos y enfermos amarillos.
Fue primero una mirada de soslayo,
luego un leve roce con tu sombra,
y después una sonrisa franca y atrevida;
era en realidad una vaga esperanza
de fundirme con tus labios y habitarte,
a ti, muchacha de lentos pasos blancos
que caminas, verdes los ojos, oculto el sueño,
dormida en el espejo del olvido,
sin nombres, ni pájaros,
crepúsculo rojo tras el cristal de la tarde.