Jamila Medina Ríos
(Holguín, Cuba, 1981). Aprendió a nadar en El Cairo, 1984. Y a montar bicicleta en Báguanos, 1992. Publicaciones de poesía: Huecos de araña, Primaveras cortadas, Del corazón de la col y otras mentiras, Anémona, País de la siguaraya. En narrativa: Ratas en la alta noche o Escritos en servilletas de papel. En ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey. Máster en Lingüística por la Universidad de La Habana con un estudio sobre la desautomatización de la retórica revolucionaria en Nara Mansur. En 2021 posará su azimut en Providencia, donde proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas (Brown University). Codirige Candela Review (@cancan.delareview, publicación feminista y decolonial, https://www.candelareview.com). Pertenece al staff de Rialta (https://rialta.org).
Poemas de Jamila Medina Ríos
Del libro Primaveras cortadas
Los inv/fiernos posibles
En un hibernardero
duermen
los posibles ventanas
y balcones
miran a un claustro verde
dentro de un edificio
también verde
donde perdí una cinta
hace 25 años.
Salomé me han llamado, y Salma me han llamado, y Najla, Nadia me han llamado, me han llamado Roxana Wanda Zoe, Magidée Raymond Rimbo Sylvia Djuna Naghá, María Luisa Alejandra Teresa Willms del Montt, Julia o Julián, Rosalia (una rusalka balanceándose en columpios de lianas, peligrosa en las aguas, de las semanas de Pentecostés). Frondosos, sonrosados, nombres turgentes como espigas, con la pereza del cerezo, la explosión resinosa del azar. Ofelia, Rubén, Hamlet; Maryla, Marina y Anaïs: nombres esmaltados en las embocaduras, tocados con engastes de azurita y cinabrio, me llamé. Casi nunca desposada, tal vez, menos veces hombre que mujer, en los yermos del Valle de los Artesanos, cerca del Valle de las Reinas, y los Reyes: una delineante del Señor del Lugar de la Verdad, despierta entre edificios blanquecinos. En Medina del Campo y en Campo de Montiel, en Medina de Pomar, Medina-Sidonia, Medina de la flor del azahar.
Por alambiques-páramos, fue traído el aceite del orujo de Al Mansur a la almazara, limando en seco, desollando los encajes. No era aromático. Pero llegan a saber bastante bien, antes de mezclarse con el aceite virgen, los despojos de aceitunas malolientes, hábilmente triturados los residuos / de sus huesos y su piel.
Soy esta puerta. Septiembre por la tarde, hora de uvas y de olivos.
Del libro Primaveras cortadas
(1936-1972) Grand Prismatic Spring
sobre la enorme primavera del lago en el parque de la piedra amarilla
esteras de bacterias entretejen la gran balsa azul de Flora
–estéril por la fiebre de un fondo de alta profundidad
pero tan maravillosamente multicolor a los lados
que las parejas desandan por los senderos
de madera apuñalados en el aire
sobre cuatro patíbulos.
Salta
del géiser
(un box spring)
el bosque virgen que no quisiste abrir
aunque espumaba a rabiar –como un alkazelzer en un vaso–
y ella quería contarte lo que acontece antes y después de la muerte (de la noche).
La sirena del fango cuya belleza sobrenada en un manto de invertebrados acuáticos
(gusanos caracoles cangrejos libélulas pulsos de mujer)
no reina abajo; deja tu inmensa balsa quieta.
La primavera
es todavía balbuceante
pero el verano aquí rompe en humores ácidos (rojo lima)
y el invierno la arropará en un verde fronda verde capullo destripado:
su huevo en ninfa larva pupa y sola tú podrás al fondo refulgente de la charca
dentro del lago cruel: bocas pintadas de polichinelas con hilos de oro como la cara
de la princesa Wan Dou sobre una de las jade(antes)
2.600 teselas.
Te dejaré que lleves sanguinolento el sexo bajo un abrigo blanco de plumón
y la mano enjoyada con alguna otra mano de mujer cortada (quizás Norma J. Baker:
con los dientes blanqueados puntualmente en seconal)
que se te ajuste suave en la muñeca.
Rema y calla rema y calla chupa y rema
entre los ojos de buey del camaleón veo un campo de algas trepadoras
de pulpos color vino y cabezas con pañuelos que llenan de grafitis la lengua de tu voz
alzo esta cas/ja de música hasta la concha de tu oreja
escucha, son Les Quartiers de París:
una espiral de alcantarillas circulares
donde flotar en la stultifera navis.
La piedra de la locura, la piedra lunar, la piedra angular,
la piedra
filosofal
se puede extraer por la nariz y embalsamarte rápido
o puedes dejarte podrir emparedada en tu propio cuerpo
de junco de molino de trigo de mancuerna de espigas del arroz.
Del lodo
una capa infame
con incrustaciones de gusanos
medallones de almejas crujiente frufrú de cuerpos de libélula:
serás de hierro entonces un hierro al rojo vivo
que cunda entre los muslos cuando elijas
(ser Blanca Buda)
hasta que entre el invierno:
y seas de un verde ojos dormidos
un verde rabia de mujer y un verde
uñas de Sally Bowles
que en medio
de la nieve
calado
se atraviesa vertical: un árbol en vez de bulbo/a en flor.
Sobre el agua
del deshielo se podrán
rearmar para ti todas las muertes
caleidoscopio con los iris arrancados
en Yellowstone, The Grand Prismatic Spring.
En corredores
púrpuras
y malvas:
soberbia
pudriendo lento
–como crece una alfombra
tejida a mano–
espinarás primero suave
y el oasis
irrumpirá violentamente por abril:
huertos de lilas
todas las lilas
vivas y muertas
a deshojar
en mayo.
Serás podada rigurosamente
prýgai, visná
(salta, salta, primavera)
acorralando
el jardín raja en ti.
Del libro Huecos de araña
En el desierto
Convulsionan tus dedos en mi nuca
tu mano con sus vueltas en mi nu(n)ca:
desnuncada –des(h)usada–
tu mano con vultus con cuerpo con boca
sobre el vellón castaño de mi cuello
el vellocino de oro que te quieres llevar:
¡(h)ay gato al agua!
engatusando
(re)hilas las mieses
por mi cabeza mal aguj(ere)adas:
que ve ye(r)mas
países amarillos en la cantárida del huevo
apalabras la plata
atijeras desdoras los trigales
y las arañas de tus dedos
pilosas como (a)garrante caracol
desgarran
desuñan en la cerviz anudada:
anuncada de ti
de las «babosas de la envidia»
sale el dudar de tus nudillos
aduna el anular sagrado
muerto de hambres el rey Midas tiene orejas de burro
pero el siervo a cortadle la cabeza
la testuz a partid por la cervicie:
serás tú
me extiendo en cambio
¡desgranad!
todo lo virgen-cuello-largo-que-soy…
cunas esponjas reptas te anonadas
la concha de tus dientes desmedrados
se opipara de mí
ceban su miedo en la comida
soban vientres encajes de relleno
en el pavimento humilde de mi cuello
–del útero–
en Cuéllar carda un céfiro:
descolla una pensión de parcas persas
que eres y no eres tú
–la (n)ganga me ofreces de tus ocho ojos al contado–
intraducible soy
del ruso al árabe
del orgasmo al español
carminas costras
sobre la nuca en carnes
espira un pájaro
torvo
de tentáculos crispados:
(p)asmas
lo que no puedo alcanzar
lo que no alcanzo a beber
lo que no bebo en mi-asma…
toda belleza de un no-yo muera tirana
reine en el agua del Leteo
olvido sea
escarbas
cavas la tumba de mi cráneo
calabaza toc-toc:
mientras (c)repito a la caricia
el rie(s)go es una arena que se abeja en tu mano
–que no leo–
porca en tus rorros últimos la runa
sobre el desierto
–a los desserts–
de derecha a siniestra
estará escrita la palabra que no podré saber:
cuando conjures el trazo con la llaga…
Del libro Del corazón de la col y otras mentiras más
Muerte de mi hermano
Yo lo llevé a la cordillera al pasadizo estrecho
a la angostura.
Yo le dije
en la quebrada hay un vergel
hay un nido de orugas naranjadas
hay una estrella de David.
Yo le hablé del vientre oro y grana de Tamar
tiritando
bajo el imperio de Amnón
yo derramé el pan en el sendero
y lo arrastré a la cueva de la bruja
para ser devorados.
Hay días que mi madre me pregunta
por mi hermano Miguel
yo no sé qué pasó
yo no era su guardián.
Hubo noches en que juré envalentonada
que si me traían sus testículos
yo lo podría reconocer.
Y a veces también fingí ser Juan
y él el esclavo Ricardo
el gran Ricardo Corazón de León
temblando al ver el cuerpo frágil grácil del hermano
como blanco en el lecho.
Yo lo besé en el huerto de Getsemaní
con la piel de gallina
hermana en el hermano transformada.
Yo miré a la cara al extranjero
y recordé su nombre cuando me recostaba
sobre la tumba de mi padre.
Hay días que me despierta
un laberinto de labios que me llama
pero me hiela el miedo de pasar.
En el jardín de las Hespérides
lo dejé hacer en el escote de Helena
perdiendo la cabeza
para animarlo al combate.
Frente a las puertas de Tebas
lo vi venir con su cultivo ganado
con su corona de espinas
y me salí del coro de las grayas
con mi único diente y mi único ojo
para hincar en su piel.
Cuando canté bajo el sauce
y el agua me empezó a llenar la boca
puse o supe una espada de lises
traspasándole el cuello.
Yo le di la máscara que lleva
y llamé a Absalón a Absalón
para que rematara
su sierpe púrpura reptando sobre mí.
Hay días que un desfile de ojos arrancados
un festín de párpados sangrientos
se me atraviesa en sueños
pero yo procuro mantenerme separada
de la belleza de la sangre
y del horror.
Yo lo llevé al desfiladero
yo lo bajé al acantilado para arrancarle el fruto.
La engalané y aderecé
la vestí de ternera
para que se apareara
en la laberíntica en la lasciva en la alargada penumbra.
Yo le arranqué una oreja y la cabeza
como una mantis
después de la embestida
para escribir mi propio Rumpelstikin.
Yo le pedí a los dioses de la fuente
que unieran nuestro cuerpo en valvas
un fuego de San Telmo de dos puntas.
Hay días que un reguerío de lenguas
me adormece los sentidos
y oigo el aullido de hambre de mi hermano
que busca ciego sin hallar la ubre de mi madre
lo escucho lo escucho y no me puedo mover
contra el calor de la leche permanezco estrangulado
quien beba más levantará en Roma una ciudad
de alcantarillas y palazzos
alzará un arco de triunfo un coliseo
levará puentes y las vigas de mil techos
abrirá la boca de los puertos
y lanzará botellas contra la proa de los barcos
que vienen y se van.
Yo lo maté, señor
yo no era su guardián
la tierra se tragó la mitad de su sangre
y la otra mitad me la bebí lentamente
como lame una oveja.
Yo fui con él
contra los hijos
y las hijas de Níobe
–recuerdo su sonrisa
cada vez que la flecha
entraba en carne.
A las moradas
yo lo llevé conmigo
yo lo busqué
en el estado de gracia
y en el azul naranja de la llama de amor.
Yo lo enterré, señor
dentro de Tebas
allá en lo oscuro
al pie de la muralla
cuando nos dejaron solos por fin otra vez.
Yo le lavé los miembros las orejas el pubis
y preparé su despedida
aseguré su entrada en la noche de Ra.
En el despeñadero antes del sacrificio
él se volvió a mirarme a preguntarme
hermano
detrás de la ventana qué hay detrás
yo no sé lo que vio cuando bajó el garrote
ni qué sintió ni qué pensó
ni por qué lo maté.
Sobre la tierra en que sangró
se dan mejor el árbol del manzano
y todo género de frutos rojo intenso
labios lenguas
cabellos arrancados.