Henry Alexander Gomez Ríos
(Bogotá, 1982). Magíster en Creación Literaria de la Universidad Central y Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Es director del Festival de Literatura «Ojo en la tinta». Dirigió el Taller Distrital de Poesía Ciudad de Bogotá en los años 2018 y 2019. Ha recibido diferentes distinciones, entre ellas, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y el Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz de España por el libro Tratado del alba (2016). Otros libros publicados: Memorial del árbol (2013), Segundo Premio Nacional de Poesía Obra Inédita; Diabolus in música (2014), Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía; Georg Trakl en el ocaso (2018); La noche apenas respiraba (2018), mención honorífica Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz y finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura. En el 2021 recibió el Premio Internacional de Cuento «Juan Ruiz de Torres» por el libro Cuentos para hundir un submarino. Es cofundador y editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com).
Poemas de Henry Alexánder Gómez
El ángel negro de la isla de Kampa
Nadie lo vio entrar en su casa. Era una fría noche de Praga, era un poema tirado a la alacena.
Al principio, con el orgullo herido y las polillas sacudiéndole los trajes, se acostumbró a vivir con la noche colgando de su espalda.
Decidió el encierro porque los hombres sencillos mueren solos.
Con la pupila altamente dilatada, Vladimír Holan, entendió que las sombras viajan empedradas de palabras. La piedra oscura había regresado cargada de frutos.
En aquella casa había tanto ruido, tanta miga de pan en las esquinas.
Se dice que la luz de la ventana duraba encendida toda la noche, en el resplandor de la vela se diseminaba el diálogo del mundo.
La claridad no se hacía esperar. Nadie y todo había en él. La campana detenida por el lápiz, Hamlet conversando con las ruinas del espejo, la muerte escondida en las catedrales.
Pero los años no pasan en vano. En la pesada puerta crecía un caballo atado con alambres.
En el instante en que la voz del ángel deshizo los colores de las cosas, cuando la tierra de los cementerios colmó de cicatrices las estancias, pronunció estas palabras:
“Kate?ina ha muerto. Hoy no ha venido nadie a preguntar. La casa ha ocultado, al fin, todos sus ruidos.”
Jon Lord
Recogí de la neblina en la mañana cada uno de los hilos que expanden las yemas de mis dedos. Hilar es mi destreza, la certidumbre de dormir en una cavidad de sonidos que arden como diluvio perpetuo.
Un flameo inmutable me sigue a todas partes: una tela de música que hoy es mi mortaja, una sonata que ordena a un tiempo la dinastía secreta de un centenar de relámpagos.
Mi corazón es la rueca, la bruma el ovillo; mi música, una calina de fuego que lo ha envuelto todo.
Janis Joplin
Inútil es viajar entre el olor de la ceniza, sepultar amapolas en las mandíbulas del ángel ciego.
Canción de la infancia: fumar el opio de la piel y beber la última gota de un blues de la botella más oscura de un bar de Louisiana. El pulmón amordazado mientras el gramófono suena a Bessie Smith o a Billie Holiday.
Una huella descalza la delata, la delata su sombra transparente.
Hurga una grieta en la penumbra. Descúbrete impedida para contar la multiplicidad de nubes que rodean tus dedos.
Es bello vigilar desnuda al sol cuando anochece: la orgía de su voz baja cóncava al interior de la tierra.
Pappo Napolitano
Me reconozco en el polvo del adiós, en las piedras errantes: con un hilo de viento me hice un collar de caminos.
Dejo el diapasón de mi guitarra bañado por un rumor de flores vestidas por la lluvia. Dejo mi amada Harley Davidson con la que probé el peso de la fe y la pulsación de la muerte. Hay una canción de espejos y lumbres al final de la autopista.
Nada vale más que un viejo blues cortejando las voces aromáticas del sueño.
John Bonham
En el grito del árbol encontrarás la semilla. Mi escritura viaja al galope del viento entre los cascos del caballo. Esta tierra se adelgaza ante el trueno del agua en el pecho de un pájaro.
He dejado al granizo sin aliento.
Ronnie Van Zant
Al amanecer, algún extraño viajero señala con el dedo un pájaro que guarda el nombre de todos los pájaros.
Su vuelo ha dibujado, en el corazón abierto del alba, cada hilo de acero con los que un niño ovilla el paraíso de mis alas.
Humberto Monroy
El humo de la noche ha rodeado mi casa. Sin tocar las notas bajas de la sed, la música florece en la línea del aire.
Mi boca posee cuatro labios, mis ojos cuatro pupilas para descifrar la oscura pulsación de la luz. Mi vida ha sido el temblor de un alfabeto encallado en el destello del relámpago.
Humo en las ventanas, en la densidad del polvo. Este largo destino de envejecer en el origen.
Arqueología
Enterrar una palabra,
esconder su tumba entre las piedras.
Desenterrarla después de muchos años,
quitarle la tierra endurecida,
los restos de polvo,
el óxido,
hasta que brille como una antigua reliquia.
Colocarla en medio de la página en blanco
y estudiar su antigüedad, interpretar su pasado,
descifrar el color original,
establecer su importante papel en la historia.
Incluso admirar su dignidad de estrella olvidada.
Roberto Juarroz
He abierto la palabra amor
y, adentro, encuentro otras palabras
que no dejan de mirarme fijamente.
Escojo una de ellas,
le hago también un orificio,
para ver más adentro en el lenguaje,
y allí encuentro una palabra
que se parece al corazón del mundo.
En medio de las dos mitades del lenguaje,
sobre la línea que separa el comienzo y el final,
comprendo que un vocablo,
más profundo
que el abismo de Dios, nos sostiene.
Todo lenguaje se contiene a sí mismo,
como toda palabra que decimos o callamos,
lleva adentro la soledad del hombre.
Carlos Obregón
Desde adentro de la vida
miro llover.
Miro como quien encuentra la esperanza
sin haberla buscado,
como quien hunde sus manos en la ceniza
de una hoguera nunca encendida.
Llueve sobre la orilla de tus pasos.
Porque tu hondura es la lejanía
de ver el cielo sin poder tocarlo,
el temblor de una oración
sin alfabeto, la vigilia de dormir
sobre una música olvidada.
El leve polvo de tierra
que levanta la llovizna
deletrea tu silencio.
En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas
Eran las mañanas y las tardes. Solía acompañar a mi abuela Ana
a llevar y traer las vacas, del establo al potrero y del potrero al establo.
Íbamos por la mitad del pueblo arreando las vacas
que eran como dedos gordos de Dios.
Yo y mis cinco años y la rama de un árbol haciendo de fusta.
El sol trepaba por las manchas azules de las vacas y en su paso torpe
un aliento desconocido empozaba la sílaba del sueño.
Las piedras, las crestas de los árboles, un puñado de maderos y sus cercas.
Verlas pastar era echar boca adentro toda la paciencia del aire,
como hundir una luna en un enredo de hierba.
Y en los ojos de las vacas un vacío de luz, un misterio lerdo que latía en cenizas
sobre el corazón lento del día.
Mis cinco años, mi abuela Ana y las moscas abriendo huecos
en las primeras sombras de la tarde.
Entonces la vaca Golondrina se fue de bruces al río.
El hechizo del agua le llegó como una soga que halaba su carne
en una cadencia sin tiempo.
Era de ver su júbilo corriendo entre las formas del torrente. Mugía y su voz era un tambor que trenzaba mi garganta. Un fósil nacido en lo más hondo de la vocal del mundo.
Corría la vaca por el río y mi abuela la seguía desde la orilla,
entre los pastos largos y mojados,
llamando desesperadamente su bovino. Cuidado de no ahogarse la vaca loca.
Mis cinco años arreando el sueño de loco de mi abuela Ana. En el lomo de la vaca el viento revuelto en un sudario de espumas.
Hará tiempo de aquello. El río arrastrando esqueletos húmedos de hojas y trastos vegetales, llevándose consigo mis cinco años y las alas invisibles de la vaca Golondrina,
en una ceremonia de bocas abiertas a los muslos de la nada. Navegaba ahora
hechizado el ocaso en una brisa de peces muertos.
Dicen que las vacas
se parecen a los sueños de los hombres tristes, no dejan de rumiar su soledad
en cualquier balcón desvencijado de la vida. En el mañana
o en el ayer, es floración la noche cerrada.
A la orilla, sobre la piedra molida, boquea todavía la vaca Golondrina
tragando tajos de luz. Muge mientras puede.